En los últimos años del siglo VII, había en los Abruzos un obispo llamado Pánfilo, que gobernaba la diócesis de Sulmona y Corfinium. Era un hombre de Dios, celoso predicador, de vida muy austera y gran generosidad con los pobres, pero se atrajo la hostilidad del pueblo, introduciendo ciertas innovaciones. Los domingos se levantaba poco después de la media noche, celebraba solamente los oficios nocturnos y la misa. En seguida salía a repartir limosnas y, al despuntar la aurora, ofrecía una comida a los pobres, con los que se sentaba a la mesa. Una parte del clero y del pueblo se oponía violentamente a esta costumbre, arguyendo que ningún otro obispo de Italia celebraba la misa antes de las dos o tres de la mañana y llegaron incluso a acusar de arrianismo a san Pánfilo. El obispo probó tan claramente su ortodoxia ante el papa, que éste le despidió con una generosa limosna para sus pobres. La devoción a San Pánfilo pasó más tarde de Italia a Alemania.
Ver Acta Sanctorum, abril, vol. III, donde hay una biografía latina no muy fidedigna.