Con el nombre de san Nilo el Viejo se evocan, según parece, dos personajes distintos: uno, protagonista de una serie de leyendas y aventuras que transmiten los sinaxarios orientales, y otro un escritor de Ancira de Galacia (actualmente Ankara), monje de profunda doctrina mística. A quien celebramos hoy es al escritor, san Nilo de Ancira, pero puede encontrarse indistintamente mencionado como san Nilo el Sinaíta, que es el otro monje, quizás legendario, protagonista de las historias tradicionales.
De este último se dice que era discípulo de san Juan Crisóstomo, y que ocupaba un alto cargo en Constantinopla. Algunos investigadores llegan a decir que era prefecto de la ciudad. Nilo estaba casado y tenía dos hijos. Cuando éstos habían crecido, Nilo se sintió llamado a la vida eremítica y acordó con su esposa que ambos abandonarían el mundo. Su hijo Teódulo partió con él a establecerse entre los monjes del Monte Sinaí. Desde allí Nilo escribió dos cartas de protesta al emperador Arcadio cuando éste desterró a san Juan Crisóstomo de Constantinopla. Algunos años más tarde, los árabes saqueran el monasterio, asesinaron a muchos monjes y se llevaron preso a Teódulo. Nilo los siguió con la esperanza de rescatar a su hijo. Por fin, lo encontró en Eleusa, al sur de Beersheba, ya que el obispo de ciudad, compadecido de la suerte de Teódulo, le había comprado a los árabes y le había dado trabajo en la iglesia. El obispo de Eleusa confirió la ordenación sacerdotal a Nilo y a su hijo antes de que partiesen al Sinaí. Esta vida está recogida en las Narrationes (Migne, P.G., vol. LXXIX, pp. 583-694).
Sin embargo, como observa el Butler, no hay razón alguna para creer que san Nilo ocupara un alto cargo oficial, ni que fuera casado, ni que se estableciera en el Sinaí, ni que viviera aventuras extraordinarias buscando a su hijo. Más bien san Nilo llegó a ser muy conocido por los escritos teológicos, bíblicos y sobre todo ascéticos que se le atribuyen. En su tratado sobre la oración recomienda que pidamos ante todo a Dios el don de oración y que supliquemos al Espíritu Santo que haga brotar en nuestros corazones los deseos que le son irresistibles; también recomienda que pidamos a Dios que se haga su voluntad en la forma más perfecta posible. A las personas que viven en el mundo predica la templanza, la meditación sobre la muerte y la obligación de la limosna. San Nilo estaba siempre pronto a comunicar a otros sus conocimientos ascéticos. Las cartas suyas que se conservan, muestran cuán lejos había llegado en la vida interior y en el estudio de la Sagrada Escritura, y cuán frecuentemente acudían a consultarle personas de todas las clases sociales. Una de dichas cartas constituye la respuesta de san Nilo al prefecto Olimpiodoro, quien había construido una iglesia y quería saber si podía adornarla con mosaicos de tema profano, como escenas de cacería, imágenes de pájaros, animales y cosas por el estilo. San Nilo reprobó la idea y aconsejó a Olimpiodoro que pusiera escenas del Antiguo y del Nuevo Testamento «para instruir a los que no saben leer». Agregó que sólo debe haber una cruz, situada en el punto principal de la iglesia. San Nilo escribió todo un tratado para demostrar que la vida eremítica es mejor que la de los monjes que viven en comunidad en las ciudades, pero hace notar que también los ermitaños tienen sus dificultades y pruebas particulares. El santo tenía experiencia en eso, pues sufrió violentas tentaciones, turbaciones y asaltos de los malos espíritus. San Nilo escribió a cierto «estilita» que su retiro en lo alto le había sido dictado por la soberbia: «El que se exalta será humillado».
Véanse los pasajes de Migne, PG., citados en el artículo; K. Heussi, Untersuchungen zu Nilus dem Asketen, en Texte und Untersuchungen (1917); F. Degenhart, Der hl. Nilus Sinaita (1915) , y Neue Beitriige zur Nilusforschung (1918). El artículo utiliza exclusivamente el del Butler-Guinea, pero he debido narrarlo de otro modo, ya que la confusión de personajes, que era una posibilidad en época de la edición del libro, es en la actualidad una certeza, y el Martirologio Romano recoge al escritor, no al sianíta.