Posiblemente nadie contribuyó más a conservar la religión católica en Inglaterra durante la época de persecución, que un humilde artesano llamado Nicolás Owen, quien durante el reinado de Jaime I, salvó la vida de muchos sacerdotes gracias a su extraordinaria habilidad para encontrarles escondites. Nada se sabe de sus antecedentes o su infancia, pero se cree que haya sido constructor.
Era conocido familiarmente como «pequeño Juan» y «pequeño Miguel», y también se hacía pasar con los nombres de Andrews y Draper. Sintetizando archivos contemporáneos, el padre Tanner decía acerca de él: «un gran siervo de Dios en un cuerpo diminuto», eso era Nicolás Ordoneus u Owen, quien pasó dieciocho años de su vida con los padres Henry Garnet y John Gerard, como el más fiel y útil de los servidores. Aunque nació en Inglaterra en una época licenciosa, llevó una vida inocente, sin que lo tentaran los halagos del mundo. Su confesor, quien lo había conocido desde su infancia, asegura solemnemente que conservó su inocencia bautismal, sin mancilla, hasta la muerte. Con destreza incomparable, sabía cómo encontrar lugares seguros para los sacerdotes perseguidos, en pasajes subterráneos, entre paredes y en lugares recónditos. Pero no se conformaba con descubrir el escondite, sino que se las ingeniaba para disimularlo tan bien, que nadie habría podido hallarlo. Con su habilidad de albañil, cambiaba de sitio las entradas o las hacía aparecer como algo muy diferente a lo que eran. Él solo trabajaba en esas complicadas obras, perforando gruesos muros, excavando profundos fosos, en una tarea que requería brazos más fuertes que los de un cuerpo tan diminuto, que le valiera el apodo de «pequeño Juan». Además, sabía guardar el secreto y jamás descubrió a nadie alguno de sus escondites.
Gracias a él, muchos sacerdotes se salvaron de la furia de sus perseguidores y sería difícil encontrar alguno que, en una u otra ocasión, no se haya salvado en los escondites de Owen. Esto redundó en beneficio de todos los católicos, cuyo progreso en la virtud y acceso a los sacramentos se debieron a él. El inusitado éxito en la construcción de estos escondites parecía una recompensa del cielo a la piedad de Nicolás, puesto que infaliblemente comenzaba su trabajo recibiendo la sagrada eucaristía y durante la labor oraba sin cesar y ofrecía únicamente a Dios la obra terminada, sin aceptar otra recompensa que el mérito de la caridad y el consuelo de haber trabajado por el bien de los católicos.
Cuando hacía ya algunos años que prestaba esos servicios, el padre Garnet lo admitió en la Compañía de Jesús por el año de 1580. Nicolás fue el primer inglés entre los hermanos legos, aunque por razones obvias, su relación con la orden se guardó en secreto.
Owen se hallaba con el padre Gerard cuando, por la delación de un traidor desconocido, fueron aprehendidos, el día de San Jorge de 1594. Nicolás fue encarcelado en el Counter y sometido a torturas terribles para forzarlo a que revelara los nombres de los demás católicos. Tanto él como el hermano Richard Fulwood fueron colgados por los brazos, de unas argollas de hierro y con pesas atadas a los pies, durante horas. Aquél era el tormento llamado "Topcliffe", que también le fue aplicado al padre Southwell. No lograron obtener información de ninguno de los dos prisioneros y Nicolás fue puesto en libertad, mediante una suma de dinero que pagó un caballero católico, porque según testimonio del padre Gerard, sus servicios como inventor de escondites para los sacerdotes eran indispensables para ellos y muchos otros.
Pronto demostró Nicolás que podía hacer algo más que esconder católicos: podía sacarlos de la prisión. En efecto, la maravillosa escapatoria del padre Gerard de la Torre de Londres fue organizada por Owen, aunque la realizaron los hermanos Fulwood y Lilly, quienes eran menos conocidos de los carceleros. El propio Owen los esperaba con caballos en un sitio determinado. El padre Gerard, en su narración, dice: «Después de pisar tierra... Richard Fulwood y yo fuimos a una casa que el padre Garnet tenía en los suburbios y ahí, el pequeño Juan y yo, poco antes del anochecer, montamos los caballos que él tenía preparados para el caso y partimos al galope en busca del padre Garnet, que entonces se hallaba en el campo a corta distancia». El padre Gerard también menciona el hecho de que Owen escapara milagrosamente, cuando fue prestado por Garnet para que construyera escondites en una casa nueva que Garard había tomado y que estaba a punto de ocupar. Se habían hecho sospechosos y la casa estaba vigilada, pero la casa era tan grande, que aunque tenían un cuerpo de espías numeroso, no podían rodearla completamente, ni guardar todas las salidas tan estrechamente, que el pequeño Juan no pudiera ingeniárselas para huir sin peligro.
Al fin, después de haber servido fielmente durante 20 años, Owen cayó una vez más en manos de sus enemigos, junto con los padres Garnet y Oldcorne. Salió voluntariamente del escondite en el cual se habían ocultado, a fin de que lo capturaran, haciéndose pasar por sacerdote, y salvando así las vidas de los padres, que eran más útiles a la Iglesia. Fue aprehendido con el hermano Ralph Ashley, sirviente del padre Oldcorne. Al principio, se le permitió cierta libertad, bajo custodia, para que sus visitantes pudieran ser vistos, pero la prudencia de Owen frustró las intenciones de sus aprehensores. Entonces fue enviado a la Torre de Londres, cuyo carcelero, Wade, profesaba un odio fanático hacia la fe católica. Wade mantuvo a su víctima colgado, día tras día, a veces durante seis horas seguidas, a pesar de que Owen se encontraba enfermo y tenía una hernia, la cual le ceñían con una banda de acero. Owen rehusó firmemente contestar a las preguntas de Wade y afirmó que únicamente hablaría a Dios, invocando la ayuda de Jesús y de María. Al fin, el prolongado esfuerzo a que fue sometido estiró tanto el cuerpo del mártir, que sus entrañas se rompieron en forma espantosa. La banda de acero rasgó y ensanchó la herida y, en medio de terrible agonía, el hermano Nicolás pasó a recibir su recompensa eterna.
Se hicieron intentos para vilipendiarlo y atribuir su muerte al suicidio, pero su valor era conocido demasiado bien y la calumnia no fue aceptada. Una prueba de la que sólo pudo disponerse recientemente, se halla en el informe del embajador veneciano, Giustiniani, quien, el 13 de marzo de 1606, escribió a su gobernador en la forma siguiente (la parte que se encuentra entre paréntesis está en clave):
«Debo añadir que mientras el rey (Jaime) me hablaba, mencionó que la noche anterior uno de los jesuitas, a quien remordía la conciencia por sus pecados, se había hecho dos heridas en el cuerpo con una navaja. Cuando los guardias acudieron atraídos por los gritos, lo encontraron aún vivo. Confesó haber tomado parte en el complot, a sugestión de su provincial (Garnet) y ahora, reconociendo su crimen, había resuelto suicidarse y escapar así de morir colgado, como merecía.
La opinión pública no obstante, sostiene que murió por las torturas que le infligieron, las cuales eran tan severas, que le privaban no sólo de su fuerza, sino de mover cualquier parte de su cuerpo, de modo que consideran inverosímil que haya sido capaz de acuchillarse, especialmente con una navaja sin filo, como ellos alegan. Se cree que no confesó nada, pero que estando ya muerto hayan engañado al rey publicando esta versión, para excitar en él y en todo el mundo la mayor animadversión hacia los católicos y hacer más ominoso el caso de su compañero el provincial.»
La afirmación del rey Jaime de que el hermano Owen, en su agonía, «confesó haber tomado parte en el complot a sugestión de su provincial» es no sólo sumamente improbable en sí, sino que se contradice por el hecho de que ni siquiera se haya mencionado tal confesión en el juicio que se le siguió a Garnet. El padre Gerard escribía del hermano Owen: «Realmente pienso que ningún hombre haya hecho más bien a todos los que trabajamos en la viña inglesa. Desde un principio, tuvo la oportunidad inmediata de salvar las vidas de cientos de personas, tanto eclesiásticos como seglares, así como los bienes de éstos, que se habrían confiscado y perdido muchas veces, si los sacerdotes, en ocasiones hasta cinco o seis al mismo tiempo, hubieran sido encontrados en sus casas; de las cuales escaparon, no en una, sino en múltiples ocasiones, no obstante que una misma casa era objeto de diversos registros. Yo mismo fui uno de los siete que escaparon de ese peligro una vez, gracias a un lugar secreto que él hizo. ¡Ya podemos imaginamos cuántos sacerdotes habrán sido los que este hombre salvó con su esfuerzo, durante diecisiete años, en todos los condados y en las principales casas católicas de Inglaterra!»
La información más digna de confianza que se tiene acerca de san Nicolás Owen puede encontrarse en los escritos de su compañero y contemporáneo el Padre John Gerard, impresos en The Condition of Catholics under James I, de Fray John Morris; véase la traducción de su autobiografía, por Fray P. Caraman (1951). Ver también REPSJ., vol. IV pp. 245.267. El despacho de Giustiniani, que sólo nos permite fijar la fecha exacta de la muerte de san Nicolás, está impreso en el Calendar of State Papers, Venetian, vol. x, pp. 327-328.
Nota de ETF: san Nicolás Owen -beato a la época de redacción de este artículo del Butler- ha sido canonizado el 25 de octubre de 1970 por SS Pablo VI, en la ceremonia de canonización de los 40 mártires de Inglaterra y Gales.