Moisés, que era tal vez de origen judío, ejercía el sacerdocio en Roma. Según cuenta san Cipriano, encabezaba un grupo del clero del que salieron los primeros mártires de la persecución de Decio (249-251). Los miembros de ese grupo mantuvieron correspondencia epistolar con san Cipriano y el clero de Cartago. En la época se debatía mucho la cuestión de los «lapsi» (o a veces llamados «relapsi»), es decir, los que por miedo u otra debilidad humana, en tiempos de persecución, negaban la fe para salvar su vida, pero luego querían volver al seno de la Iglesia. Las opiniones estaban divididas, y los «rigoristas», que se negaban a que los lapsi fueran readmitidos, gozaban de mucho prestigio. No se había aun desarrollado en la Iglesia una práctica penitencial fuera de la que preparaba al bautismo, y puesto que el bautismo no se podía administrar dos veces, muchos razonaban que quien caía en un asunto tan grave como es negar la fe, quedaba definitivamente fuera de la Iglesia.
Este problema no era nuevo, sino que surgía con cada persecución; a mediados del siglo III, en el contexto de la persecución de Decio, quien representaba las posiciones rigoristas era, entre otros, Novaciano, gran intelectual, cuyos escritos eran muy apreciados, y que se había escrito con san Cipriano de Cartago de modo que parecía que tenían posiciones en común en torno a los lapsi. El Martirologio Romano resume la delicada situación de la Iglesia de Roma: el papa san Fabián había sido martirizado, la sede estuvo vacante por cerca de un año, ya que aun no había sido elegido el papa san Cornelio; en ese interregno los rigoristas cobraron fuerza; pero san Moisés cayó en la cuenta de los peligros del rigorismo de Novaciano y consiguió que su grupo rompiese con él. Moisés estaba preso, pero, apoyado por Cipriano de Cartago, y a la vez apoyando él mismo la lucha que Cipriano llevaba en su propia sede, se opuso a la solución rigorista. El problema no era menor, se jugaba toda una interpretación de la universalidad y la profundidad de la redención realizada por Cristo, y triunfó el espíritu de misericordia y de acogimiento del miembro débil.
En el año 251, tras once meses y once días de prisión, Moisés recibió el martirio: «Fue coronado, finalmente, con un martirio glorioso y admirable», dice el elogio, tomando la frase de una carta de san Cornelio que reproduce Eusebio de Cesarea. Trunfó en la última batalla, de cara al mundo, luego de haber triunfado en la batalla que se libraba internamente en la Iglesia; en la misma carta Cipriano dice que Novaciano «quedó sólo y desnudo», ya que los hermanos que lo habían apoyado estaban volviendo al seno de la verdadera fe. La misma lucha entre la ciertas formas de entender la pureza de la fe y el acogimiento del hermano débil se libró en otros momentos de la historia, y se libra hoy.
Las cartas de san Cipriano informan sobre Moisés, y también Eusebio, en la Histria Eclesiástica, libro VI, cap. 43. Ver Butler-Guinea, tomo IV, pág 419 (con algunos serios errores de imprenta).