Nació a mediados del siglo VIII en Sinada, Frigia, en el seno de una familia rica, de la que él fue el único vástago. Educado esmeradamente, fue enviado a estudiar a Constantinopla, y cuando tenia unos veinticinco años decidió hacerse monje. Ingresó en el monasterio de la orilla asiática del Bósforo que había fundado Nicéforo, futuro patriarca de Constantinopla. Lo era por entonces el insigne san Tarasio, quien ordenó de sacerdote al monje Miguel.
Acreditado como monje culto y piadoso, fue elegido metropolita de su patria Sinada y en calidad de tal asistió al Il Concilio de Nicea en el 787. Hombre pacífico y amable, fue empleado por el emperador Nicéforo I como emisario suyo ante el califa Harún-Al-Raschid en orden a un tratado de paz, que consiguió, pero que el propio emperador rompería posteriormente. Igualmente lo empleó el emperador como mensajero suyo incluyéndolo en la embajada que envió el año 811 a Occidente y que visitó al papa León IlI, en Roma, y a Carlomagno, quien firmó un tratado con Bizancio (812).
Vuelto ya a Constantinopla, fue testigo de la convulsión del Imperio tras la derrota de Miguel I por los búlgaros, lo que trajo su destronamiento y sustitución por León V el Armenio. Este emperador convocó una asamblea de eclesiásticos y funcionarios en Constantinopla en 814 y anunció su decidida voluntad de acabar con el culto a las sagradas imágenes. En esta asamblea Miguel dijo con toda claridad que él estaba por la fe ortodoxa proclamada en el II Concilio de Nicea y que no se avendría a los deseos del Emperador. Entonces fue depuesto y desterrado y llevado de prisión en prisión hasta la muerte de León V. Le fue devuelta la libertad pero no pudo volver a su sede. Vivió con modestia y santidad hasta su muerte en brazos de su amigo san Teodoro Estudita el 23 de mayo del 826.