La «Passio» de san Maximiliano es uno de los más valiosos documentos de una pequeña colección. Es el relato auténtico de un contemporáneo, sin adornos retóricos, del juicio y muerte de uno de los primeros mártires. Se desarrolla como sigue:
Durante el consulado de Tuscus y Anulinus, el 12 de marzo, en Teveste, Numidia [Ahora Tebessa, en Argelia. Se cree que esto sea un error de copia, y que el martirio haya sido en algún lugar cerca de Cartago. Cfr. el penúltimo párrafo], comparecieron ante la corte Fabio Víctor y Maximiliano. El juez, Pompeyano, abrió el caso con estas palabras: «Fabio Víctor está ante el comisario del César, Valeriano Quintiano. Exijo que Maximiliano, hijo de Víctor, conscripto apropiado para el servicio, sea medido».
El procónsul Dion preguntó al joven por su nombre y él contestó: «¿Qué caso tiene responder? No puedo ser anotado en las listas, puesto que soy cristiano». El procónsul no lo atendió y ordenó que midieran su estatura. Pero el joven insistió: «No puedo servir; no puedo hacer mal a nadie. Soy cristiano». El procónsul repitió la orden y el ujier informó que Maximiliano medía 1.75 m. Luego el procónsul dijo que se le debería dar el emblema militar, pero Maximiliano persistía: «¡Nunca! No puedo ser soldado».
Dion: Debes servir o morir.
Maximiliano: Nunca serviré. Pueden decapitarme, pero no seré un soldado de este mundo, ya que soy un soldado de Cristo. [Fue la insistencia de los primeros cristianos en ser soldados de Cristo lo que dio origen a la palabra «pagano»: «paganus», es decir, «civil». Cf. «Shorfer Oxford Dictionary», edición 1936.]
Dion: ¿De dónde has sacado esas ideas?
Maximiliano: De mi conciencia y de Aquél que me ha llamado.
Dion (A Fabio Víctor): Corrige a tu hijo.
Víctor: Él tiene sus ideas y no cambiará.
Dion (A Maximiliano): Sé un soldado y acepta el emblema del emperador [Un sello de plomo (bulla) que se llevaba alrededor del cuello. Cfr. el actual disco de identidad].
Maximiliano: Nunca. Ya llevo conmigo la marca de Cristo mi Señor.
Dion: Te enviaré a tu Cristo inmediatamente.
Maximiliano: No puedo pedir nada mejor. Hazlo pronto, que allá está mi gloria.
Dion (Al oficial de reclutas): Dadle el emblema.
Maximiliano: No lo aceptaré. Si tú insistes, le quitaré la efigie del emperador. Soy un cristiano y no se me permite portar en el cuello ese emblema, puesto que ya llevo la sagrada señal de Cristo, el Hijo de Dios Vivo a quien tú no conoces, el Cristo que sufrió por nuestra salvación y a quien Dios nos entregó para que muriera por nuestros pecados. Es a Él a quien todos nosotros los cristianos servimos, a Él a quien seguiremos, pues Él es el Señor de la Vida y el Autor de nuestra salvación.
Dion: Únete al servicio y acepta el emblema, o si no, perecerás miserablemente.
Maximiliano: No pereceré, mi nombre está ya desde ahora delante de Dios. Me rehúso a servir.
Dion: Eres un hombre joven y la profesión de las armas va de acuerdo a tus años. Sé un soldado.
Maximiliano: Mi ejército es el de Dios y no puedo pelear por este mundo; como te digo, soy cristiano.
Dion: Hay soldados cristianos al servicio de nuestros soberanos Diocleciano y Maximiano, Constantino y Galerio.
Maximiliano: Eso es cosa de ellos. Yo también soy cristiano y no puedo servir.
Dion: Pero ¿qué daño pueden hacer los soldados?
Maximiliano: Tú lo sabes bien.
Dion: Si no haces tu servicio, te condeno a muerte por desacato al ejército.
Maximiliano: No moriré. Si me voy de este mundo, mi alma irá con Cristo mi Señor.
Dion: Anoten su nombre... Tu rebeldía te hace rehusar el servicio militar y serás castigado por ello para escarmiento de los demás.
Procedió entonces a leer la sentencia:
Dion: Maximiliano ha rehusado el juramento militar por rebeldía. Deberá ser decapitado.
Maximiliano: ¡Alabado sea Dios!
Maximiliano tenía veintiún años tres meses y dieciocho días de edad. De camino al sitio de la ejecución, habló a los cristianos: «Amados hermanos, apresúrense a alcanzar la visión de Dios y a merecer una corona como la mía, con todas sus fuerzas y el más profundo anhelo». Estaba radiante. Después se dirigió a su padre: «La túnica que me tenías preparada para cuando fuera soldado, dásela al líctor. El fruto de esta buena obra será multiplicado cientos de veces. ¡Déjame que te dé la bienvenida en el cielo y glorifique a Dios contigo!»
Al primer golpe lo decapitaron. Una matrona llamada Pompeya obtuvo el cuerpo de Maximiliano y lo llevó en su litera a Cartago, donde lo sepultó cerca del de san Cipriano, no lejos del palacio. Víctor se fue a su casa regocijado, agradeciendo al Señor por permitirle enviar tal regalo al cielo. No tardó mucho en seguir a su hijo. Amén.
El texto de la "Pasión" está en el Acta Sanctorum, marzo, vol. II y Acta Sincera, de Ruinart. Véase Histoire des Persécutions, de Allard, vol. IV; Les Passions des martyrs, de Delehaye, pp. 104-110. En el siglo III, el ejército romano estaba formado principalmente por voluntarios, pero los hijos de los veteranos tenían la obligación de servir. El rechazo de san Maximiliano a esta obligación ha ocasionado controversias entre ciertos escritores (por ejemplo Paul Allard); los puntos de vista de la Iglesia primitiva sobre el servicio militar se pueden examinar convenientemente (sin que sea necesario aceptar todas sus conclusiones) en la obra del escolástico protestante Dr. C. J. Cadoux, The Early Christian Attitude to War. Cf. san Victricius (agosto 7) y san Martín de Tours (noviembre 11).