San Basilio y san Gregorio Nazianceno cuentan que san Mamés era un pastor de Cesarea de Capadocia que buscó desde la infancia el Reino de Dios con todas sus fuerzas y se distinguió por su fervor en el servicio divino. Según la tradición oriental, san Mamés soportó con intenso gozo espiritual los más crueles tormentos que le infligieron los perseguidores y alcanzó la corona del martirio. Fuera de la historicidad de su existencia, de su oficio de pastor y del sitio de su martirio, no sabemos nada sobre él.
Entre las leyendas asociadas con san Mamés hay una que recuerda la de Orfeo. El santo huyó de los «lobos» de la ciudad y vivió apaciblemente entre los animales salvajes, alimentándose de leche y miel. Cuando los perseguidores arrojaron al mártir a las fieras, éstas se acercaron mansamente a él, como ovejas que reconocen a su pastor, «se tendieron a sus pies y le mostraron su afecto moviendo regocijadamente la cola». Más tarde, «un león colosal» vio a san Mamés cargado de cadenas y se acercó a lamerle los pies. Cuando los soldados intentaron aproximarse al santo, el león los metió entre sus fauces y los depositó a los pies del santo. Entonces, san Mamés ordenó al león que se retirase a su madriguera; la fiera obedeció «llorando y suspirando».
Está fuera de duda que San Mamés fue un santo muy popular; basta con leer el panegírico de san Basilio y las alusiones de san Gregorio Nazianceno para comprender la devoción que le profesaban.
Véase Delehaye, Origines du culte des martyrs, p. 174, y Passions des Martyrs et les genres littéraires, pp. 198-200; y Analecta Bollandiana, vol. LVIII (1940), pp. 126-141, donde hay una novela extravagante en forma de actas.
Cuadro: Tapiz con la vida de san Mamés, por Jean Cousin el viejo, en el Louvre de París.