El santo no perteneció a ninguna ilustre familia; lo pocos recuerdos que quedan de su infancia indican que guardaba los rebaños de su familia, y se nos ha conservado ese detalle porque según parece el santo comenzó ya en su primera juventud a gustar de la vida ascética, por lo que, cuando salía a la tarea en el campo, repartía la vianda del día entre los peregrinos que iba encontrando, y recién probaba su primer bocado a la noche, al regresar a la casa.
En algún momento habrá manifestado cualidades mayores, ya que lo siguiente que sabemos es que fue formado en las letras en Chartres (lo que, si no era de una familia pudiente, debía suponer un discernimiento previo por parte de algún prelado), y que concibió en ese tiempo el deseo de una vida completamente retirada, por lo que se marchó a la abadía de Micy, cerca de Orleas, habitada por piadosos eremitas. Pasa allí doce años y vuelve a Chartres, donde recibe las órdenes sagradas y es incorporado al capítulo catedralicio, cumpliendo allí la función de ecónomo.
Sin embargo esta clase de vida no le conforma, debe estar en continuo trato con el mundo y el comercio, mientras que él aspira a la perfección en la soledad. Por ello una noche se interna en los bosques de Chartres sin llevar nada, y con unas ramas se construye una celda, dispuesto a vivir en alabanza a Dios y al cuidado de su providencia. Pero la fama de los santos es difusiva, y poco a poco va recibiendo visitas, no sólo de peregrinos que quieren edificación espiritual, sino también de discípulos que desean someterse a su obediencia, y así poco a poco va surgiendo una comunidad que, hacia el año 570, será un nuevo monasterio: el de Corbión, llamado más tarde Moûtier-au-Perche.
La vida del santo está adornada con milagros y con el don de prever el futuro, y así se conocen de él muchos prodigios, junto con algunos otros que la fantasía popular fue añadiendo al acervo de su memoria. Se le atribuyen muchas curaciones, entre ellas de un paralítico, el apagamiento de un incendio con el trazo de la señal de la cruz, ¡y hasta el haber trasplantado una añosa encina con sólo realizar en el aire el mismo signo!
El relato de su vida se conoce por un escrito anónimo no muy tardío (quizás del siglo siguiente) que ha llegado hasta nosotros en copias posteriores. El cuerpo de san Launomaro, muerto hacia el 593, fue enterrado en Chartres, en la iglesia de Saint-Martin-du-Val, sin embargo, ya en el 595 hubo un primer traslado, del que queda constancia, a la abadía fundada por él, donde permaneció por tres siglos. Pero en el 874, por las invasiones normandas, los monjes buscaron refugio en Blois, y llevaron con ellos las reliquias de su santo fundador. Estas reliquias consiguieron atravesar las profanaciones de los hugonotes del siglo XVI, pero desaparecieron como tantas otras en 1793, con la Revolución. La historia benedictina reivindica a Laudomaro como uno de los suyos.
Ver Acta Sanctorum, enero II, pág. 229ss, donde se encuentra la Vita mencionada; en Petits Bollandistes de Guerin (I, pág 470ss) se reelabora a partir de ese mismo texto, y le añade notas históricas acerca de las reliquias. También está tratado en Acta Sanctorum Ord. S. Benedicti (Mabillion), I, pág 335ss, donde trae otra Bita, además de la reproducida en A.S.