No obstante que Juan Gabriel Perboyre fue al primer misionero cristiano en China que alcanzó la gloria de la beatificación (en 1889), no fue, por cierto, el primer mártir en aquel país. En realidad, desde principios del siglo diecisiete, cuando se restablecieron las misiones en China, sólo hubo períodos relativamente cortos en los que estuvieron libres de peligro los cristianos. A fines del siglo XVIII se desató una feroz persecución que continuó esporádicamente hasta después de la muerte del padre Perboyre, en 1840, y numerosísimos fueron los cristianos que dieron su vida por la fe en aquellos períodos. Juan Gabriel nació en 1802 y, a la edad de quince años, escuchó un sermón que encendió sus anhelos de ir a predicar a los paganos. No tardó en ingresar a la Congregación de las Misiones (lazaristas y vicentinos) y fue ordenado sacerdote en 1826. Al principio, su deseo de llevar el Evangelio a tierras lejanas tuvo que ceder ante los requerimientos de la obediencia religiosa. Hizo brillantemente su curso de teología y, por lo tanto, después de su ordenación fue nombrado profesor del seminario de Saint-Flour; dos años más tarde, fue rector del «petit séminaire» en el mismo lugar. Su capacidad se puso de manifiesto en aquel cargo y, en 1832, fue enviado a París como subdirector del noviciado general de su congregación. A intervalos, desde que hizo sus votos doce años antes, había pedido que le enviasen a China, de donde llegaban noticias sobre los sufrimientos y el heroísmo de los cristianos perseguidos, pero sólo en 1835 se le concedió la autorización para partir.
Aquel mismo año llegó a Macao y, en seguida comenzó a tomar clases de chino. Demostró tanta habilidad para aprenderlo que, al cabo de cuatro meses, ya hablaba el complicado idioma y fue nombrado para la misión de Honan. En vísperas de partir, escribió a sus hermanos en París en estos términos: «Si me viérais ahora con mi atuendo chino, tendríais la ocasión de contemplar un espectáculo curioso: tengo la cabeza rapada, una larga trenza en la coronilla y bigotes que se estremecen cuando tartamudeo mi nueva lengua y se ensucian cuando como con los palitos de bambú. Dicen que mi aire de chino no es del todo malo. Esta es una manera de comenzar a hacer por uno mismo las cosas que debemos hacer por los demás: ¡Dios quiera que podamos así ganarlos a todos para Jesucristo!» En China los lazaristas habían organizado un sistema para rescatar a los niños abandonados que tanto han abundado siempre en aquel país sobrepoblado, a fin de salvarlos de la muerte y educarlos luego en la fe de Cristo. El padre Juan Gabriel participó activamente en aquel trabajo y dedicaba la mayor parte de su tiempo a la instrucción de aquellos niños a los que entretenía con el relato de divertidas historias a las que el idioma chino les daba un sabor especial. Luego de pasar dos años en Honan, fue transferido a Hupeh, donde poco después, en septiembre de 1839, hubo un estallido inesperado, repentino, violento e inexplicable de la persecución.
Los misioneros se apresuraron a ocultarse, pero un neófito traicionó al padre Perboyre (¡Terrible coincidencia!: lo vendió por treinta monedas, treinta taels, el equivalente a unos dieciocho dólares), quien fue aprehendido, encadenado y llevado ante innumerables funcionarios, cada uno de los cuales le interrogaba y le enviaba a otro y así sucesivamente. Por fin, llegó a las manos del gobernador y los mandarines de Wu Chang Fu. Estos le exigieron que revelara el sitio donde se escondían sus compañeros y que pisoteara la cruz, si quería salvar la vida. Por supuesto que se negó a hacer ambas cosas y empezó su pasión. Los sufrimientos que debió soportar el padre Juan Gabriel fueron increíbles en el sentido literal de la palabra. En veinte ocasiones fue arrastrado ante sus jueces y otras tantas se trató de obligarle con feroces tormentos, a la denuncia y al sacrilegio; las torturas se multiplicaban al negarse el mártir. Es famoso el ingenio de los chinos para inventar nuevos modos de infligir el dolor físico, y podemos afirmar que el padre Perboyre sufrió tormentos de tan refinada crueldad que, junto a ellos, los que han inventado los hagiógrafos para los mártires de las «Diez Persecuciones», parecen vulgares y benignos. Se le marcaron en el rostro cuatro caracteres chinos que decían: «maestro de una falsa religión»; un sacerdote chino que sobornó a los carceleros para entrar a la prisión, dijo que el cuerpo del padre Juan Gabriel era una masa informe de llagas y heridas, abiertas hasta mostrar los huesos en algunos sitios. El 11 de septiembre de 1840, casi un año después de su captura, san Juan Gabriel Perboyre, descalzo y con unos calzones desgarrados bajo la roja camisola de los condenados, fue estrangulado junto con otros cinco criminales comunes. Se le enterró al lado de otro mártir lazarista, el padre Francisco Regis Clet, quien también sería canonizado. En China se celebra la fiesta de el 7 de noviembre, la fecha más próxima a la de su beatificación en 1889. San Juan Gabriel fue canonizado el 2 de junio de 1996 por SS. Juan Pablo II.
El asesinato de Juan Gabriel Perboyre dio al gobierno británico la ocasión para insistir sobre el cumplimiento a una cláusula del Tratado de Nanking, firmado en 1842, donde se acuerda que las autoridades chinas no debían ocuparse de procesar y castigar a un misionero extranjero que fuese detenido, sino entregarlo al cónsul de la nación a que perteneciera el reo, en la ciudad más próxima al lugar de la captura.
En 1853 apareció, de autor anónimo, la obra «Le Disciple de Jésus», que es una biografía muy completa y bien escrita de san Juan Gabriel; ver también la biografía del padre Huonder, Der selige Johann Gabriel Perboyre; la de L. Castagnola, Missionario martire (1940) y la de A. Chatelet, J. G. Perboyre, martyr (1943). Asimismo se encontrarán valiosos datos en Les Martyrs, vol. X de Leclercq y en varios trabajos de A. Launay que tratar de las misiones en China.