Aunque san Juan B. Nam y los cuatro misioneros de la Sociedad de Misiones de París están inscriptos en entradas distintas, porque murieron en distintos sitios, pertenecen a la misma historia, y corresponde tratarlos hagiográficamente como un conjunto.
La muerte, en 1864, del rey de Corea Tchiel-tsong trae nuevos motivos de inquietud a los cristianos: el poder cambió de manos hacia una de las familias más poderosas y del partido anticristiano. Pero por otra parte había también motivos de esperanza: luego de muchos años de actividad misionera y mucha sangre derramada, las conversiones eran cada vez más frecuentes, y el pueblo miraba a los cristianos con menos prevención.
Las circunstancias políticas eran delicadas: Rusia estaba prácticamente a las puertas de Corea, incursionando ya en el territorio, y reclamando del gobierno tratados comerciales que Corea no podía ni quería conceder. Algunos cristianos de palacio concibieron la idea de enviar una carta al Regente, ofreciéndole mediar ante los misioneros (obispos y presbíteros franceses) para que ellos a su vez mediaran el auxilio político-militar de Francia contra Rusia. Si en la corte hubiera habido alguna predisposición buena hacia el cristianismo, la idea podría haber resultado, pero quizás por ingenuidad, quizás por poner demasiada esperanza en el inmediato fin del tiempo de los mártires, estos cristianos no tuvieron en cuenta que el cristianismo, para el partido anticristiano, era en definitiva una "religión del Oeste", que representaba intereses concretos tan contrarios a Corea como los de Rusia.
Juan Bautista Nam Chong-sam había nacido en 1817 en Chungju, Chungcheong-do, hizo carrera en la corte y llegó a ser mandarín. En estos años estaba establecido en la capital, en Seúl, enseñando chino en la corte, y fue uno de los que se entusiasmó con la posibilidad de dar un giro a la implantación de la fe cristiana en Corea, poniendo en contacto a los misioneros franceses con el gobierno.
En la primera carta que se envió al regente no intervino, pero cuando el asunto quedaba sin contestar, quiso reencausarlo por medio de una segunda carta donde ofrecía la ayuda de los misioneros. Su propio padre, cristiano también, le previno de que podría costarle la vida, como efectivamente fue. Lo cierto es que el regente, al recibir la segunda carta lo llamó, y se mostró complacido e interesado en la propuesta de ayuda, y comprometió a Juan B. Nam a que consiguiera la venida del obispo a la ciudad, y sólo cuestionó de la fe cristiana que no tuviera un culto a los muertos.
El obispo, Mons. Simeón Berneux, también vio con buenos ojos los movimientos que se producían en la corte: la propia madre del rey había encargado unas misas, y eso era un buen signo de favor, aunque ella misma no tuviera en este momento poder. Interrumpió la visita pastoral que estaba realizando, y se volvió a la capital lo más pronto que pudo; era el inicio del mes de febrero.
Sin embargo, una vez allí los tiempos comenzaron a dilatarse: el obispo no era recibido, se desplazaba la audiencia a un día tras otro. Juan B. Nam fue atendido con una descortesía que contrastaba enormemente con la buena disposición anterior. Es fácil darse cuenta ahora que el movimiento de simpatía-indiferencia del regente había sido parte de una estrategia para hacer bajar la guardia a los misioneros, y tenerlos en Seúl, donde podrían ser capturados con más facilidad.
El obispo comenzó a preocuparse, e incluso a lamentarse de haber cortado su visita pastoral, pero naturalmente no era fácil tomar una decisión, ¿irse y perder la posibilidad de llegar a un acuerdo amistoso que sacara a la Iglesia de la clandestinidad? ¿quedarse y exponerse al desbarajuste de la misión? Expresó sus preocupaciones en una carta a la Congregación, cuyo contenido fundamental se conserva.
Mons. Bernaux aprovechó el tiempo para sostener y confirmar a la Iglesia de Seúl, junto con sus presbíteros, también de la Sociedad de Misiones, Ranfer, Beaulieu y Dorie, los tres de escasos dos años de ordenados y un año en al misión. Mientras tanto los espías fueron moviéndose para conseguir las localizaciones de estos "cabecillas", hasta que el 23 de febrero cayeron sobre el obispo y los presbíteros, que fueron apresados y tratados brutalmente. Juan B. Nam estaba en ese momento de viaje, sin embargo, también fue apresado.
A los misioneros se los sometió a un interrogatorio en el que el obispo, en nombre de los misioneros repondió con dignidad y claridad que no estaban en Corea ni para enriquecerse ni para ninguna otra cosa, sino sólo para salvar almas. Se les ofreció irse de Corea, pero afirmaron estar dispuestos a la muerte. Se alternaron en los días sucesivos torturas e interrogatorios, hasta que el 7 de marzo fueron los cuatro, el obispo y los tres sacerdotes, decapitados, y sus cuerpos expuestos durante tres días para escarmiento. Juan B., aunque no estaba con el grupo, fue decapitado también el mismo día casi a la entrada de la ciudad.
Berneux era natural de Chá-teau-du-Loir y había nacido en 1814; Ranfer de Beteniéres había nacido en Chalon-sur-Saone en 1828, fue ordenado en 1864 y destinado a Corea; Beaulieu nació en Langon en 1840, pasando del Seminario de Burdeos al de Misiones Extranjeras, se ordenó en 1864 y fue enviado a Corea; Doné había nacido en Port, La Vendée, en 1839, y pasó desde el seminario de Luçon al de Misiones Extranjeras, había sido ordenado también en 1864 y destinado a Corea. Junto con J.B. Nam, fueron beatificados por Pablo VI en 1968 y canonizados por Juan Pablo II en 1984.
Ver Ch. Dallet, Histoire de L'Église en Corée, II, libro V, caps I y II; también el sitio de la Sociedad de Misiones tiene algo de información biográfica e histórica de los miembros franceses de las misiones.