En octubre de 1595, el metropolitano de los ortodoxos disidentes de Kiev y otros cinco obispos, que representaban a millones de rutenos (hoy ucranios), hallándose reunidos en Brest-Litovsk, ciudad de Lituania, decidieron someterse a la Sede Romana. Las controversias a que ello dio lugar, provocaron excesos y violencias deplorables.
El gran defensor de la unidad cristiana, cuya fiesta celebramos hoy, derramó su sangre por la causa que defendía y fue el protomártir de la reunión de la cristiandad. Pero en la fecha que acabamos de citar, era todavía niño, ya que había nacido en 1580 o 1584 en Vladimir de Volhinia. Su nombre de bautismo era Juan. Su padre, que era un católico de buena familia, puso a estudiar a su hijo en la escuela de su pueblo natal. Después Juan entró a trabajar como aprendiz en una tienda de Vilna, pero en vista de que el comercio no le interesaba mayormente, empleaba sus tiempos libres aprendiendo el eslavo eclesiástico para comprender mejor los divinos oficios y poder recitar diariamente una parte del largo oficio bizantino. Juan conoció por entonces a Pedro Arcudius, rector del colegio oriental de Vilna, así como a los jesuitas Valentín Fabricio y Gregorio Gruzevsky, quienes se interesaron por él y le alentaron a seguir adelante. Al principio, el amo de Juan no veía con muy buenos ojos sus inquietudes religiosas; pero el joven supo cumplir tan bien con sus obligaciones, que el comerciante acabó por ofrecerle que se asociase con él y tomase por esposa a una de sus hijas. Juan rehusó ambas proposiciones, pues estaba decidido a hacerse monje. Efectivamente, en 1604, ingresó en el monasterio de la Santísima Trinidad de Vilna. El santo indujo también a seguir su ejemplo a José Benjamín Rutsky, un hombre muy culto, convertido del calvinismo, a quien el papa Clemente VIII había mandado abrazar, contra su voluntad, el rito bizantino. Los dos jóvenes monjes empezaron juntos a trazar planes para promover la unión y reformar la observancia en los monasterios rutenos. Juan Kunsevich, quien desde entonces se llamó Josafat, recibió el diaconado, después el sacerdocio y pronto adquirió gran fama por sus sermones sobre la unión con Roma. Su vida personal era muy austera, ya que añadía a las penitencias acostumbradas en las reglas monásticas del Oriente, otras mortificaciones tan severas, que en más de una ocasión le merecieron las críticas aun de los monjes más ascéticos. En el proceso de beatificación el burgomaestre de Vilna declaró que «no había en el pueblo ningún religioso más bueno que el P. Josafat». Como el abad del monasterio de la Santísima Trinidad manifestara su tendencia al separatismo, Juan fue elegido para sustituirle y, bajo su gobierno, el monasterio se repobló. Ello movió a sus superiores a retirarle del estudio de los Padres orientales para que fundase otros monasterios en Polonia. En 1614, Rutsky fue elegido metropolitano de Kiev, y Josafat le sucedió en el cargo de abad de Vilna. Cuando el nuevo metropolitano fue a tomar posesión de su catedral, Juan le acompañó en el viaje y aprovechó la ocasión para visitar el famoso monasterio de las Cuevas de Kiev. Pero la comunidad de dicho monasterio, que se componía de más de 200 monjes, estaba relajada, y el reformador católico estuvo a punto de ser arrojado al Dnieper. Aunque sus esfuerzos por hacer volver a la unidad a la comunidad fracasaron, su ejemplo y sus exhortaciones consiguieron hacer cambiar un tanto la actitud de los monjes y situarlos en un plano de buena voluntad.
El arzobispo de Polotsk era entonces un hombre ya muy anciano que favorecía a los disidentes. En 1617, el P. Josafat fue consagrado obispo de Vitebsk, con derecho de sucesión a la sede de Polotsk. Pocos meses después murió el anciano arzobispo. Así pues, Josafat se halló al frente de una eparquía tan extensa como poco fervorosa. Los que practicaban más a fondo la religión se inclinaban al cisma, pues temían que Roma interfiriese en forma arbitraria con sus ritos y costumbres. Las iglesias estaban en ruinas y se hallaban en manos de los laicos. Muchos miembros del clero secular habían contraído matrimonio dos y hasta tres veces (según el derecho canónico oriental, un hombre casado puede ordenarse sacerdote, pero, si queda viudo, no puede contraer matrimonio otra vez; tampoco puede casarse si era soltero en el momento de recibir el sacerdocio), y la vida monástica estaba en decadencia. Josafat pidió ayuda a algunos de sus hermanos de Vilna y emprendió la tarea: reunió sínodos en las ciudades principales, publicó e impuso un texto de catecismo, redactó una serie de ordenaciones sobre la conducta del clero y combatió la interferencia de los «señores» en los asuntos de las iglesias locales. A todo ello añadió el ejemplo de su vida, su celo en la instrucción, la predicación, la administración de sacramentos y la visita a los pobres, a los enfermos, a los prisioneros y a las aldeas más remotas. Hacia 1620, prácticamente toda la eparquía era ya sólidamente católica, el orden estaba restaurado y el ejemplo de aquel puñado de hombres buenos había producido un renacimiento de la vida cristiana. Pero en ese mismo año se instituyó en el territorio afectado por el tratado de la Unión de Brest que mencionamos al inicio, la jerarquía de obispos disidentes. Un tal Melecio Smotritsky fue nombrado arzobispo de Polotsk y se dedicó enérgicamente a destruir la obra del arzobispo católico, propagando que Josafat se había «convertido al latinismo», que iba a obligar a sus fieles a seguir su ejemplo, y que el catolicismo no era la forma tradicional del cristianismo ruteno. Cuando Melecio empezó a esparcir esos rumores, san Josafat se hallaba en Varsovia. Al volver a su diócesis, se encontró con que, aunque su ciudad episcopal seguía siéndole fiel, ciertos territorios de la eparquía comenzaban a vacilar, pues un monje llamado Silvestre había conseguido ganar las poblaciones de Vitebsk, Mogilev y Orcha para la causa de Smotritsky. La nobleza y casi todo el pueblo estaban por la unión; pero san Josafat no pudo hacer nada en las tres poblaciones que acabamos de mencionar. Cuando el rey de Polonia proclamó un decreto afirmando que Josafat era el único arzobispo legítimo de Polotsk, se prdujeron desórdenes no sólo en Vitebsk, sino en la misma Vilna. El decreto fue leído públicamente en presencia del santo, y éste estuvo a punto de perder la vida.
El canciller de Lituania, León Sapieha, que era católico, temeroso de los resultados políticos de la inquietud general, prestó oídos a los rumores esparcidos por los disidentes que, fuera de Polonia, acusaban a san Josafat de haber sido el causante de los desórdenes con su política. Así pues, en 1622, Sapieha escribió al santo acusándole de emplear la violencia para mantener la unión, de exponer al reino al peligro de una invasión de los cosacos saporoshzky por sembrar la discordia entre el pueblo, de haber clausurado por la fuerza ciertas iglesias no católicas y de otras cosas por el estilo. Las acusaciones eran demasiado generales y los testimonios ad hoc proporcionados por ambas partes sólo sirvieron para demostrar la injusticia del proceso. Lo único que se podía reprochar realmente al santo, era haber pedido el auxilio del brazo secular para recobrar la iglesia de Mogilev, de la que se habían apoderado los disidentes. El arzobispo tuvo que hacer frente también a la oposición, las críticas y la falta de comprensión de algunos católicos. Está fuera de duda que una de las causas de la facilidad con que una parte del pueblo había vuelto al cisma, era la firme disciplina y el rigor moral que el renacimiento católico había impuesto. Desgraciadamente, san Josafat no encontró entre los obispos latinos de Polonia el apoyo que merecía en tal empresa, porque mantuvo valientemente el derecho del clero y de los ritos bizantinos a que se los considerase en Roma en pie de igualdad con los latinos. El santo mantuvo su lucha con la misma tenacidad y valentía. En octubre de 1623, sabedor de que Vitebsk era todavía el centro de la oposición, decidió ir allá personalmente. Sus amigos no lograron disuadirle ni convencerle de que llevase una escolta militar. «Si Dios me juzga digno de merecer el martirio, no temo morir», respondió san Josafat. Así pues, durante dos semanas predicó en las iglesias de Vitebsk y visitó a los fieles sin distinción alguna. Sus enemigos le amenazaban continuamente y provocaban a sus acompañantes para poder asesinarle aprovechando el desorden. El día de la fiesta de san Demetrio, una chusma enfurecida rodeó al mártir, el cual les dijo: «Sé que queréis matarme y que me acecháis en todas partes: en las calles, en los puentes, en los caminos, en la plaza central. Pero yo estoy entre vosotros como vuestro pastor y quiero que sepáis que me consideraría muy feliz de dar la vida por vosotros. Estoy pronto a morir por la sagrada unión, por la supremacía de San Pedro y del Romano Pontífice».
Smotritsky, que era quien fomentaba la agitación, sólo pretendía probablemente obligar al santo a salir de la ciudad. Pero sus partidarios, que eran más exaltados, empezaron a tramar una conspiración para asesinar a Josafat el 12 de noviembre, a no ser que se excusase ante ellos por haber empleado antes la violencia. Un sacerdote llamado Elías fue el encargado de penetrar en el patio de la casa del arzobispo e insultar a sus criados por su religión y al amo a quien servían. Como la escena se repitiese varias veces, san Josafat dio permiso a sus criados de arrestar al sacerdote, si volvía a presentarse. En la mañana del 12 de noviembre, cuando el arzobispo se dirigía a la iglesia para el rezo del oficio de la aurora, Elías le salió al encuentro y comenzó a insultarle. El santo dio entonces permiso a su diácono para que mandase encerrar al agresor en un aposento de la casa. Eso era precisamente lo que deseaban sus enemigos. Al punto, echaron a vuelo las campanas, y la multitud empezó a clamar que se pusiese en libertad a Elías y se castigase al arzobispo. Después del oficio, san Josafat volvió a su casa y devolvió la libertad a Elías, no sin antes haberle amonestado. A pesar de ello, el pueblo penetró en la casa, exigiendo la muerte de Josafat y golpeando a sus criados. El santo salió al encuentro de la turba y preguntó: «¿Por qué golpeáis a mis criados, hijos míos? Si tenéis algo contra mí, aquí estoy; dejadlos a ellos en paz» (inútil recalcar cuánto se parecen estas palabras a las que pronunció santo Tomás Becket en una ocasión semejante). La chusma comenzó entonces a gritar: «¡Muera el Papista!», y san Josafat cayó atravesado por una alabarda y herido por una bala. Su cuerpo fue arrastrado por las calles y arrojado al río Divna.
San Josafat Kunsevich fue canonizado en 1867. Fue el primer santo de la Iglesia de Oriente canonizado con proceso formal de la Sagrada Congregación de Ritos. Quince años más tarde, León XIII fijó el 14 de noviembre como fecha de la celebración de su fiesta en toda la Iglesia de Occidente, aunque con la última reforma del calendario fue puesta en el 12, que le es más propio. El martirio del santo produjo como resultado inmediato un movimiento en favor de la unidad católica. Desgraciadamente, la controversia se prolongó con una violencia muy poco edificante, y los disidentes tuvieron también un mártir, el abad Anastasio de Brest, quien fue ejecutado en 1648. Por otra parte, el arzobispo Melecio Smotritsky se reconcilió más tarde con la Santa Sede. La gran reunión rutena existió, con altos y bajos, hasta que, después de la repartición de Polonia, los soberanos rusos obligaron por la fuerza a los rutenos católicos a unirse con la Iglesia Ortodoxa de Rusia, Los pocos que no lo hicieron, han visto repetirse la historia en nuestros días, como lo recuerda la encíclica Orientales omnes, que Pío XII publicó en 1946, con motivo del 350 aniversario de la Unión de Brest. En el oficio de lecturas del santo se recoge un fragmento de SS Pío XI en la encíclica Ecclesiam Dei, de 1923, donde el Papa afirma que san Josafat fue «el hombre más eminente y destacado entre los eslavos de rito oriental, ya que difícilmente encontraríamos a otro que haya contribuido a la gloria y provecho de la Iglesia más que éste, su pastor y apóstol, principalmente cuando derramó su sangre por la unidad de la santa Iglesia.»
En 1874, Dom Alphonse Guépin publicó dos gruesos volúmenes en octavo, de más de mil páginas, titulados Saint Josaphat, archevéque martyr, et l'Eglise grecque unie en Pologne. El autor habla en el prefacio de las fuentes de su obra. En particular, da las gracias al P. J. Martynov por haber puesto a su disposición una copia del proceso de beatificación y cierto número de documentos copiados de los archivos romanos. También cita una vasta colección de documentos reunidos por el monje basiliano Pablo Szymansky y habla de otra gran biblioteca de manuscritos del mismo tipo, reunida por el obispo Naruszewicz para sus investigaciones hitsóricas. Dom Guépin pudo disponer de todo ese material y supo emplearlo con tal tino, que la mayoría de los escritores occidentales que han escrito después de él sobre el tema, se basan en sus investigaciones. Sin embargo, hay que mencionar también los utilísimos panfletos del P. G. Hofmann (Orientalai Christiana, nn. 6 y 12). La noticia de la muerte de san Josafat se difundió rápidamente por toda Europa. En el Museo Británico se conserva una copia de un panfleto publicado en 1625, en Sevilla, con el título de Relación verdadera de la muerte y martirio de ... Josafat. Véase también 0. Kozanewyc, Leben des hl. Josaphat (1931) ;, y la revista Roma e l'Oriente, vol. X (1920), pp. 27-34. San Josafat y el metropolitano Rutsky fueron los iniciadores del movimiento monástico ruteno que se convirtió, más tarde, en la orden de San Basilio; por ello, desde 1932, dichos monjes recibieron el nombre oficial de Basilianos de San Josafat.