Cuando los godos tomaron la ciudad de Perugia, después de siete años de sitio, el rey Totila condenó al obispo Herculano a una muerte terrible, ya que los verdugos debían arrancarle tiras de piel desde la cabeza hasta los pies antes de decapitarle. El encargado de ejecutar la tortura fue suficientemente humano para cortarle la cabeza antes de haberle arrancado toda la piel. El cuerpo del mártir fue arrojado en las afueras de la ciudad. Los cristianos se apresuraron a sepultar el cadáver junto con la cabeza. San Gregorio el Grande afirma que, cuando lo desenterraron para trasladarlo a la iglesia de San Pedro, cuarenta días después, la cabeza estaba unida al tronco como si nunca hubiese sido cortada.
Sobre el santo que nos ocupa, se tiene el dato cierto de que un joven que buscó refugio en Perugia, cuando los godos tomaron Tifernum (Città di Castello), recibió allí la ordenación sacerdotal de manos de san Herculano. Posteriormente, aquel sacerdote fue el obispo de Tifernum y fue canonizado como san Florencio de Città di Castello, a quien se conmemora el 13 de este mes, junto con san Amantio, su presbítero.
Tradicionalmente, los habitantes de Perugia veneraban también a otro san Herculano, obispo de dicha ciudad. Según se dice, era un sirio que había ido a Roma, de donde fue enviado a evangelizar Perugia y allí murió martirizado; pero en la actualidad se considera que los dos Herculanos no son sino el mismo que celebramos hoy.
Los bolandistas, que sostienen que sólo hubo un san Herculano de Perugia, discuten el caso en Acta sanctorum del 1 de marzo y citan el pasaje de san Gregorio el Grande (Dial. III, 13). También en Acta Sanctorum de nov., vol. III, p. 322, hacen una breve alusión a nuestro mártir. El relato del milagro y los frescos de Bonfigli en el «Palazzo» del Municipio han contribuido a perpetuar la memoria de san Herculano.