Los escoceses honraron desde antiguo a san Gilberto como a un gran patriota, porque defendió la libertad de la Iglesia escocesa contra las amenazas de Inglaterra, según cuenta la tradición. Nacido en Moray, san Gilberto recibió las órdenes sagradas y fue nombrado archidiácono de Moray. Según la tradición, siendo todavía muy joven, fue convocado con los obispos de la Iglesia de Escocia a un concilio que tuvo lugar en Northampton, en 1176. Como portavoz de los obispos escoceses, se opuso con fervor y elocuencia a la idea de convertir a los prelados del norte de Gran Bretaña en sufragáneos del Arzobispo de York. Sostuvo firmemente que la Iglesia de Escocia había sido libre desde el principio y que sólo estaba sujeta a la autoridad del Papa; por lo tanto habría sido injusto someterla a la autoridad de un metropolitano inglés, tanto más cuanto que los ingleses y los escoceses, vivían perpetuamente en guerra. Según parece, ésta fue la idea que se impuso en el concilio. Sin embargo, aunque es cierto que en el sínodo de Northampton un clérigo llamado Gilberto pronunció un discurso en este sentido, es muy difícil probar que se trataba del Gilberto que fue nombrado obispo de Caithness, en 1223.
Según el Breviario de Aberdeen, san Gilberto sirvió a varios monarcas, La leyenda cuenta que sus amigos quemaron los libros en que guardaba las cuentas, con la esperanza de desacreditarle; pero las oraciones del santo lograron que los libros aparecieran íntegros. Después del asesinato del obispo Adam, Alejandro nombró a Gilberto obispo de Caithness. El santo gobernó su diócesis sabiamente durante veinte años, construyó varios albergues para los pobres, erigió la catedral de Dornoch y, con su predicación y ejemplo, contribuyó a la civilización de su pueblo.
En su lecho de muerte dijo a los que le rodeaban: «Os recomiendo tres máximas que yo he tratado de observar toda mi vida: No hagáis daño a nadie ni tratéis de vengaros si os lo hacen. Soportad con paciencia los sufrimientos que Dios os envíe, teniendo presente que Él purifica así a sus hijos para el cielo. Por último, obedeced a la autoridad para no escandalizar a nadie».
Ver Forbes, Kalendars of Scottish Saints, pp. 355-356; Aberdeen Breviary (854), y The Dictionary of National Biography (vol. XXI, p. 317) y las citas ahí indicadas.