El mismo san Fulberto afirmaba que había nacido de padres humildes, pero lo único que sabemos de sus primeros años es que nació en Italia y pasó allí su infancia. Después fue a estudiar a Reims, donde debió distinguirse mucho, ya que el célebre Gerberto, que enseñaba allí matemáticas y filosofía, le mandó llamar en cuanto subió a la cátedra de San Pedro con el nombre de Silvestre II. A la muerte del Pontífice, Fulberto volvió a Francia. El obispo Odón, de Chartres, le concedió una canonjía y le nombró canciller de su diócesis. También le confió la dirección de las escuelas de la diócesis de Chartres, de las que san Fulberto hizo pronto uno de los centros educacionales más importantes de Francia, a las que acudían estudiantes de Alemania, Italia e Inglaterra. Las gentes consideraban a Fulberto como la reencarnación de Sócrates y Platón, por su extraordinaria inteligencia. El santo se opuso firmemente a las tendencias racionalistas de la época, pero por lo menos uno de sus discípulos, el célebre Berengario, cayó en la herejía. Fulberto fue elegido para suceder al obispo de Chartres, Rogelio. Lleno de humildad, escribió a san Odilón de Cluny que temblaba ante la idea de tener que guiar a otros en el camino de la santidad, en el que él había tropezado con tanta frecuencia; a pesar de ello, tuvo que aceptar el cargo.
La influencia de Fulberto era inmensa. Sin dejar de dirigir las escuelas, se convirtió en el consejero nato de los jefes espirituales y temporales de Francia. El santo se creyó hasta su muerte inepto para desempeñar el alto cargo que ocupaba; se llamaba a sí mismo «el pequeño obispo de una gran Iglesia». Los asuntos administrativos no le impedían cumplir con sus deberes pastorales; predicaba regularmente en su catedral y luchó mucho por propagar la instrucción en su jurisdicción. La catedral de Chartres se incendió, poco después de la consagración de Fulberto, quien la reconstruyó con tal magnificencia que, hasta la fecha, es una de las glorias de la cristiandad. En esa obra le ayudaron los más diferentes personajes; entre otros, el rey Canuto de Inglaterra contribuyó con una generosa suma. San Fulberto profesaba especial devoción a la Santísima Virgen, en cuyo honor compuso varios himnos. Cuando se inauguró la hermosa catedral, el santo determinó que se celebrase en ella y en toda su diócesis, la fiesta de la Natividad de Nuestra Señora, que se había introducido recientemente. Como tantas otras grandes figuras en la historia de la Iglesia de aquel siglo, se opuso abiertamente a la simonía y a la práctica de conceder beneficios eclesiásticos a los laicos. San Fulberto murió el 10 de abril de 1029, después de casi veintidós años de episcopado. Sus escritos incluyen cierto número de cartas, un corto penitencial, nueve sermones, una colección de los pasajes de la Biblia que se refieren a la Santísima Trinidad, a la Encarnación, a la Eucaristía, y algunos himnos y prosas.
No existe ninguna biografía antigua de san Fulberto; pero sus cartas y las crónicas de la época contienen muchos materiales biográficos. Ver en particular A. Clerval, Les Ecoles de Chartres au moyen age (1895), pp. 30-102, y el artículo del mismo autor en Dictionnaire de Théologie Catholique, vol. VI (1920), cc. 964-967. Cf. también Pfister, De Fulberti Carnotensis ep. vita et operibus (1885) . El himno de San Fulberto «Chorus novae Hierusalem» forma parte del Breviario Saro y de la Liturgia de las Horas latina, instaurada por el Concilio Vaticano II, para el tiempo pascual. Las obras del santo se hallan en Migne, PL., vol. cm.' En J. de Ghe]linck, Le Mouvement Théologique du Xlle. Siécle (1914), pp. 31-38, se encontrarán algunas observaciones importantes.