Fernando III, nacido en 1198, era hijo de Alfonso IX, rey de León, y de Berengaria, la hija mayor de Alfonso III de Castilla y de una de las hijas de Enrique II de Inglaterra. Tía suya, hermana de Berengaria, fue Blanca de Castilla, madre de san Luis de Francia. Berengaria hubiese debido heredar el trono de Castilla a la muerte de Enrique, su hermano, pero prefirió ceder sus derechos a su hijo Fernando, quen tenía entonces dieciocho años. Dos años más tarde, Fernando contrajo matrimonio con de la que tuvo siete hijos y tres hijas.
Supo reunir y poner de acuerdo los siempre divididos adversarios españoles, Castilla, Aragón, Navarra y León. Decidió hacerse terciario franciscano. En él se encontraron unidas las más difíciles virtudes, a saber, el valor con la piedad; la prudencia con la audacia. También en su vida familiar fue bastante afortunado, casado sucesivamente con dos dignísimas mujeres, la primera, que le fue propuesta por su madre, Beatriz, hija del rey Felipe de Suabia, murió después de quince años y le dio diez hijos; la segunda, Juana de Ponthieu, le fue propuesta por Blanca de Castilla. Pero particularmente afortunado fue en las guerras que hizo contra los Sarracenos, que ocupaban gran parte de España, en un momento propicio y con grandes éxitos.
Penetrando en Andalucía, ocupó a Córdoba y el reino de Murcia. Después bloqueado con su flota el río Guadalquivir, conquistó a Sevilla, en medio de la alegría del mundo cristiano y el estupor del musulmán. Fernando obtuvo así el título de «Terror de los Moros», que persiguió hasta las costas de Africa.
La suya era una guerra de liberación en sentido político y en sentido religioso. El grito de batalla de sus tropas sonaba recio en todo el Mediterráneo: «¡Santiago y Castilla!». A los prisioneros Moros los hizo devolver sobre sus espaldas la campana robada por los Sarracenos al famoso santuario de Compostela. En la conquista de Córdoba no hizo ningún daño a la población y su primer gran pensamiento fue el de levantar una iglesia en honor de la Virgen. Temía cometer la más pequeña injusticia y ofender también al más despreciado de sus súbditos. Decía que temía más la maldición de una viejecita que todas las armas de los Moros.
Sintiéndose cercano a la muerte, recibió el viático y la unción de los enfermos en presencia de todos los dignatarios de la corte, a los cuales quiso dar este último ejemplo de devoción. A su hijo Alfonso, su heredero, antes de bendecirlo le dio algunos consejos para el gobierno del reino: «Teme a Dios y tenlo siempre como testigo de todas tus acciones públicas y privadas, familiares y políticas». Era la regla de vida seguida por el rey Fernando. El 30 de mayo de 1252 entregó su alma a Dios. Tenía 53 años. Fue llorado por los soldados como valeroso jefe; por su pueblo como padre providente, soberano, héroe y sobre todo como santo. Fue sepultado en la catedral de Sevilla, y como terciario franciscano que era, revestido con el hábito de la Orden.
No parece haber habido un proceso de canonización formal, y de hecho no se inscribe su canonización en el listado de la hacía poco tiempo fundada Concregación de Ritos; sin embargo, sí se conserva la bula (cuyas partes pertinentes pueden leerse en Acta SS) por la que SS Clemente X en febrero de 1671, recogiendo decretos de aprobación del culto antiguo de Urbano VIII y Alejandro VII, eleva la fiesta de san Fernando a categoría de fiesta litúrgica de la Iglesia universal, y por tanto puede considerarse canonizado, no sólo beatificado o con aprobación de culto.
En Acta Sanctorum, mayo, vol. VII, hay una traducción latina de los párrafos de la crónica del arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez, que se refieren a san Fernando; también puede verse ahí entre otros documentos, la breve biografía escrita por Lucas, obispo de Tuy, contemporáneo del santo. Se conserva también un relato del franciscano Gil de Zamora (c. 1300); la cuestión de la bula de Clemente X se trata en las páginas 385-86 (téngase presente que el texto de Acta SS es de esos mismos años, así que el dato y las fuentes estaban, por así decir, a la mano); puede verse en el Boletín de la Real Academia de la Historia, vol. 1 (1884), pp. 308-321.
La vida de Fernando III pertenece al dominio de la historiografía española, y como tal, se hallarán tanto en impresos como en la red referencias de toda clase; hemos recogido aquí lo que creemos esencial para una hagiografía, tomándolo de dos fuentes que hemos mezclado, ya que contenían datos complementarios: el Butler-Guinea y «Franciscanos para cada día». Se encontrarán en la red otras hagiografías en castellano que pueden resultar de interés, entre las que pueden destacarse: la de José Mª Sánchez de Muniáin, en Añor Cristiano (BAC, 1966-2003), que puede leerse en el Directorio Franciscano, y la de José Gros y Raguer, que puede leerse en Multimedios.org. La imagen inferior es la de la urna de plata donde descansan sus restos, en la catedral de Sevilla.