Cuando san Severino de Colonia fue a visitar la diócesis de Tongres, en Bélgica, le presentaron a un niño que quería consagrarse al servicio divino. El santo adivinó que Evergisto (o Ebregiselo) poseía un alma escogida y tomó por su cuenta su educación. Más tarde hizo de él su archidiácono. Evergisto estaba con san Severino cuando éste tuvo la visión de la llegada del alma de san Martín al cielo. Aunque advirtió que no vio ni oyó nada; sin embargo, envió inmediatamente a un mensajero a Tours para que comprobase la muerte de san Martín. Evergisto sucedió a su maestro en el gobierno de la diócesis de Colonia. Un día, fue a visitar la iglesia de los «Santos Dorados» y saludó a los mártires con el versículo: «Exsultabunt sancti in gloria» ('Exultarán los santos en la gloria', Sal 149,5); inmediatamente, la voz de un coro invisible le respondió «Laetabuntur in cubiculis suis» ('Se alegrarán en sus tiendas', del mismo salmo). Una noche se hallaba en Tongres ocupado en el ejercicio de su ministerio pastoral y se dirigió a una iglesia de Nuestra Señora. En el camino unos bandoleros le asaltaron y le dieron muerte.
Esta es la leyenda de Colonia, tal como la recuerda el Martirologio Romano en la fecha de hoy; sin embargo, otras tradiciones señalan que san Evergisto vivió más tiempo y no murió de muerte violenta. San Gregorio de Tours cuenta que Evergisto formaba parte del grupo de obispos enviados por Childeberto II a restablecer la observancia en el convento de religiosas de Poitiers; también afirma que san Evergisto se curó de sus dolores de cabeza después de hacer oración en la iglesia de los «Santos Dorados» de Colonia.
Los datos que poseemos son muy confusos. En Analecta Bollandiana, vol. VI (1887), pp. 193-198, así como en otras obras, se publicó una pretendida biografía de Evergisto pero ese escrito data del siglo XI y carece de valor histórico. W. Levison discute el problema en Festschrift für A. Brackman (1931), pp. 40-63; cf. Duchesne, Fastes Episicopaux, vol. III, p. 176.