A pesar de su nombre griego, san Eusebio parece haber sido un irlandés que abandonó su país, como tantos otros peregrinos, y acabó por tomar el hábito monástico en la famosa abadía de Saint-Gall, en Suiza. Sin embargo, no permaneció allí sino que, con la aprobación de sus superiores, llevó vida eremítica en el Monte San Víctor, cerca de Róttris en el Voralberg. Treinta años más tarde, como recriminase un día a ciertos campesinos del lugar por la vida impía que llevaban, uno de ellos le mató con un azadón. Carlos el Gordo erigió allí, por la misma época, un «monasterium scottorum» (monasterio de los irlandeses). Acorde con el criterio de otras épocas, se lo ha venerado tradicionalmente como mártir, aunque ya no ostenta ese título en el nuevo Martirologio.
En la iconografía se lo representa llevando en sus manos su propia cabeza parlante luego de su muerte, que es el milagro más importante atribuido al santo por la leyenda tradicional. Pertenece por lo tanto al largo grupo de los santos "cefalóforos" (que transportan su propia cabeza, o hablan por su boca luego de decapitados), un tema recurrente en las leyendas medievales de santos, que por supuesto no debe considerarse ningún milagro sino una simple invención de la fantasía popular.
Ver Acta Sanctorum, 31 de enero; MGH., Scriptores, vol. n, p. 73; y L. Gougaud, Gaelic Pioneers of Christianity (1923), pp. 11, 82, 90. Sobre los santos cefalóforos, Delehaye, Legends of the Saints, pág 46 y 81.