Etelwoldo era originario de Winchester. Sintiéndose llamado al servicio divino en su juventud, recibió la ordenación sacerdotal de manos de san Alfegio el Calvo, obispo de su ciudad natal, al mismo tiempo que san Dunstano, que tenía la misma edad que Etelwoldo. El año 944, san Dunstano fue nombrado abad de Glastonbury e introdujo en su monasterio la estricta observancia benedictina; entonces, san Etelwoldo tomó el hábito y llegó a ser uno de los deanes del monasterio. Era un artesano consumado, particularmente hábil en la fabricación de campanas, pero ello no le impidió emplear también su celo en el estudio de las ciencias sagradas. Hacia el año 954 fue nombrado abad dr Abingdon, en Berkshire. Con la ayuda de los monjes de Glastonbury, consiguió convertir su monasterio en un modelo de observancia y en un almácigo de monjes virtuosos. Trajo desde Corbie a un maestro de música sagrada. Igualmente, envió a Osgar al monasterio de Fleury, que se distinguía entonces por su fama de estricta observancia, para que estudiase -los métodos de dicho monasterio y los aplicase luego en Abingdon. Los daneses habían acabado prácticamente con los monjes en Inglaterra, y los destrozos causados por los bárbaros habían reducido al ínfimo extremo las posibilidades de educación de la juventud y de la práctica de la virtud. En vista de esas circunstancias deplorables, san Dunstano, san Etelwoldo y san Oswaldo de York acometieron la empresa de restaurar la vida monástica y los estudios.
El año 963, san Etelwoldo recibió la consagración episcopal de manos de san Dunstano. El desorden y la ignorancia que reinaban en el clero inglés, producían continuos escándalos. Como parecía imposible reformar a los canónigos de la catedral de Winchester a causa de su obstinación, san Etelwoldo los expulsó, con la aprobación del rey Edgardo, y los reemplazó por un grupo de monjes: con ellos solía asistir al coro en calidad de obispo y abad. Tres de los antiguos canónigos tomaron el hábito monástico y siguieron al servicio de Dios en la catedral. Al año siguiente, el santo expulsó a los sacerdotes diocesanos del monasterio de Newminster, en Winchester y entregó la casa a los benedictinos; en esa forma, los monjes se extendieron por todo Chertsey. San Etelwoldo reconstruyó en su catedral el convento femenino dedicado a Nuestra Señora. También compró al rey las tierras y ruinas del gran convento de Santa Etelreda en la isla de Ely, que los daneses habían quemado un siglo antes, y fundó ahí una abadía de monjes. Hacia el año 972, hizo lo mismo con las ruinas del convento de Thorney de Cambridgeshire. No contento con ello, ayudó a Aldulfo a comprar las ruinas de la abadía de Peterborough que había florecido durante dos siglos hasta que fue quemada por los daneses el año 870. Aldulfo, quien fue canciller del rey Edgardo, vendió todas sus posesiones a la muerte de su hijo, tomó el hábito en el nuevo monasterio y fue elegido como primer abad.
Naturalmente, las actividades reformadoras de San Etelwoldo, sobre todo lo expulsión de los canónigos, provocaron violenta oposición. Pero el santo era «terrible como un león» con los descontentos, en tanto que se mostraba «tan manso como una paloma» con los hombres de buena voluntad en su diócesis. Aquel «padre de monjes» que trabajó con tanto celo por la gloria de Dios y la santificación del prójimo, no se mostraba menos solícito por el bien de su propia alma. Deseoso de agradar a Dios, practicaba la humildad y la caridad, convencido de que esas virtudes son las que confieren su valor a las acciones exteriores. Sin ellas, no sirve de nada el renunciar a los bienes para darlos a los pobres, ni el practicar las mortificaciones más severas. Si el fervor, la devoción y la compunción no crecen constantemente, se entibian pronto. Pero en el santo obispo la devoción y las acciones exteriores se sostenían y nutrían mutuamente. San Etelwoldo descansó en el Señor el 1 de agosto de 948 y fue sepultado en la catedral de Winchester. A causa de los numerosos milagros que se obraban en su tumba, los restos del santo fueron trasladados al altar de San Alfegio, su sucesor inmediato, quien había muerto mártir cuando era arzobispo de Canterbury. Se atribuyen a san Etelwoldo algunos escritos, entre los que se cuenta una traducción inglesa de la Regla de San Benito. Actualmente todos los autores reconocen que san Etelwoldo fue el verdadero autor de la Regularis Concordia, que se atribuía antiguamente a san Dunstano.
Existen muchos documentos históricos sobre San Etehvoldo. La biografía escrita por Aelfrico fue publicada por Stevenson en Chronicon de Abingdon (Rolls Series). Hay varias ediciones de la biografía que se atribuye a Wolstano; pero Armitage Robinson ha puesto en duda tal atribución. Se encontrarán también algunas referencias al santo en Historia Eliensis, en los escritos de Guillermo de Malmesbury, etc. Véase T. Symons, Regularis Concordia (1954).