Cuenta Hechos de los Apóstoles (17,34) que, después del discurso de San Pablo en el Areópago (o Consejo) de Atenas, «algunos hombres se adhirieron a él y creyeron, entre ellos Dionisio Areopagita, una mujer llamada Damaris y algunos otros con ellos». Es evidente por la redacción que este Dionisio es alguien conocido para la comunidad a la que se dirige Hechos, asimismo el apelativo de «Areopagita» hace pensar en que podría haber sido él mismo un miembro del Consejo de la ciudad, aunque también puede ser que simplemente la comunidad cristiana lo identificara así por ser el discurso en el Areópago la ocasión de su conversión.
Eusebio de Cesarea (Hist. Ecl. III,4,10) cuenta que Dionisio de Corinto afirma que este Dionisio Areopagita fue el primer obispo de Atenas. Así lo recoge el Martirologio más antiguo, y lo ha restaurado el actual. A su vez san Sofronio de Jerusalén y otros afirman que fue mártir, pero este dato parece menos probable, y de hecho no se lo venera como tal en la actualidad.
Durante siglos hubo confusión entre este Dionisio nombrado en el NT y otros santos homónimos posteriores; en particular, al menos desde el siglo IX al XV se identificó al Areopagita con san Dionisio de París, mártir en el año 270. Esta identificación no es correcta, pero en muchos santorales, incluso actuales, figura.
Además de la importancia que tienen para los inicios de nuestra fe todos los personajes nombrados en el NT, y en especial, naturalmente, los santos, Dionisio Areopagita ganó -sin haberlo pretendido- un lugar en la teología cristiana, ya que un autor anónimo muy posterior, posiblemente del siglo V o VI, de Siria o Egipto, escribió varios tratados de teología y algunas cartas, donde utilizó para sí mismo el nombre de Dionisio Areaopagita, por el procedimiento, harto común en la antigüedad, de la pseudoepigrafía, es decir, de firmar con el nombre de una autoridad, generalmente para resaltar el valor del escrito, o para incluirlo en una tradición o escuela determinada. El hecho de que este autor anónimo haya firmado como el Areopagita dio durante siglos valor casi apostólico a los escritos, por la (supuesta) estrecha vinculación con san Pablo. La simulación se sospechó casi desde el primer momento, y desde hace siglos que está fuera de toda duda, pero de todos modos los cuatro tratados místicos -en particular el dedicado a los nombres divinos- de este teólogo, al que a falta de mejor nombre se conoce como «Pseudo Dionisio Areopagita», ejercieron una influencia de primer orden en la teología medieval, y aun en la del siglo XX han sido de nuevo valorados y difundidos.
La fuente sobre el auténtico Dionisio Areopagita es, fuera del NT, casi exclusivamente Eusebio de Cesarea, en el pasaje citado. Lo demás que se refiere a Dionisio Areopagita tiene relación con el problema de la pseudoepigrafía, y por tanto con el Pseudo Dionisio, o con la identificación con san Dionisio de París. El santo tiene bastante iconografía en Oriente, pero naturalmente que sobre el supuesto de que es el autor místico. Hay una hermosa catequesis de Benedicto XVI en su serie dedicada a los padres y teólogos de la antigüedad cristiana, pero se refiere, como es lógico, al Pseudo Dionisio, no al que rememoramos hoy