Juan Uribe Ayala, padre de David, quiso probar la firmeza de la decisión de su hijo de 14 años de ingresar al seminario, y le advirtió que se acercaban tiempos muy difíciles para los sacerdotes, ya que estaban siendo perseguidos, el joven David mostró claramente su deseo de estar cerca de Cristo: «esto no me da miedo, ojalá tuviera la dicha de dar mi vida por Jesús», dijo.
En 1909 inició sus estudios eclesiásticos; a los dos años, su madre cayó gravemente enferma y, a juicio del sacerdote que la auxilió, sólo un milagro podría devolverle la salud. Se le dio aviso a David, quien al recibir el mensaje fue al sagrario, y con lágrimas en los ojos rogó a Dios que prolongase la vida de su madre, siquiera siete años después de su ordenación sacerdotal. Su súplica fue escuchada. El joven David, fue elegido por el Ilmo. Y Rev. Sr. Antonio Hernández Rodríguez, para que lo acompañara en su ministerio frente al Obispado de Tabasco, por lo que a petición suya, el Sr. Obispo de Chilapa, D. Francisco Campos, ungió sacerdote a David el 2 de marzo de 1913 y partió a su pueblo natal para celebrar su primera misa solemne. Pasados unos días con su familia, el padre David comenzó a recibir diversas encomiendas en diferentes partes del país y, cuando en 1914, el Gobierno del Estado inició una verdadera persecución a la Iglesia, el señor Obispo y él, no queriendo abandonar a sus ovejas, optaron por ocultarse, pero los perseguían con saña y no estaban seguros en ninguna parte; además, el Gobierno ofreció una fuerte suma de dinero al que los entregara vivos o muertos. El Sr. Hernández, viendo que nada podía hacer, juzgó prudente retirarse de Tabasco y se embarcaron hacia Veracruz.
Estando en alta mar se desató una terrible tormenta que hundió la embarcación dejando a los dos sacerdotes con vida y a cuatro personas más. Desfallecidos, llegaron a la ribera, en donde pidieron posada; sin embargo, la casa a la que llegaron era propiedad de gente de Gobierno que había ofrecido una fuerte suma de dinero por ellos, por lo que tuvieron que emprender nuevamente la huida. Caminaron casi a tientas en la oscuridad de la noche y, fatigados y exhaustos se apartaron un poco de la vereda pretendiendo esperar ahí la luz del día. No bien habían reposado un poco cuando oyeron voces y vieron que los buscaban varios individuos con reflectores; providencialmente, aunque pasaron varias veces junto a ellos, no los encontraron. Una vez repuestos, el padre David recibió diversas encomiendas y en su camino visitó su casa. Posteriormente, se encontró con el General Encarnación Díaz quien de inmediato lo hizo prisionero por el delito de «ser sacerdote». Ocho días lo tuvieron preso e incomunicado y lo sentenciaron a muerte, pero fue entonces reconocido por el Mayor Félix Ocampo, tío suyo, quien detuvo la ejecución, consiguió el indulto, y lo puso fuera de peligro.
Durante la persecución religiosa, el padre David -que habia sido nombrado párroco de Buenavista- acató con sumisión la suspensión del culto público, pero permaneció en la casa cural, asegurando a sus fieles que sólo a la fuerza lo harían salir y así sucedió. Hostigado implacablemente, tuvo que trasladarse a la capital de la República pero, afligido por haber dejado a los suyos, emprendió su regreso; pero en el camino fue apresado. Mientras se giraban diversas recomendaciones para que el padre David Uribe fuera dejado en libertad, se daba falsa información de su localización, ya que se encontraba en una celda en la que pudo escribir: «Declaro ante Dios que soy inocente de los delitos de que se me acusa. Estoy en las manos de Dios y de la Santísima Virgen de Guadalupe. Decid a mis superiores esto, y que pidan a Dios por mi alma. Me despido de familia, amigos y feligreses de Iguala y les mando mi bendición... perdono a todos mis enemigos y pido a Dios perdón a quien yo haya ofendido».
El 12 de abril de 1927 fue sacado de su celda y conducido a la carretera, en donde se puso de rodillas y desde lo más profundo de su alma imploró a Dios el perdón de sus pecados y la salvación de México y de su Iglesia. Se levantó tranquilo y dirigiéndose a los soldados con paternal acento, les dijo: «Hermanos, hínquense les voy a dar la bendición. De corazón los perdono y sólo les suplico que pidan a Dios por mi alma. Yo, en cambio, no los olvidaré delante de Él». Levantó firme su diestra y trazó en el aire el signo luminoso de la cruz; después, repartió entre los mismos su reloj, su rosario, un crucifijo y otros objetos. Colocaron de espaldas a la víctima inocente y uno de ellos jaló el gatillo y de certera bala le atravesó el cráneo destrozándole el ojo izquierdo. Instantáneamente cayó el cuerpo inerte y sin vida. Al ser encontrado su cuerpo, manos piadosas lo sepultaron, pero al tercer día fue llevado a Buenavista y por algún tiempo estuvo enterrado en su misma casa. Más tarde los restos fueron colocados en el Ciprés del Altar Mayor de la parroquia y poco después se colocaron en la pared izquierda del mencionado templo, cerca de la puerta mayor, donde numerosas personas se encomiendan a su intercesión.