En el siglo IX, el autor de la «Gesta episcoporum neapolitanorum» nos da la sucesión de los obispos de Nápoles, haciendo breves elogios de cada uno en términos vagos. El de Agripino, sexto de la lista, más cálido que el de los otros, nos revela la popularidad del santo: «Agripino, obispo, patriota, defensor de la ciudad, no cesa de rogar a Dios por nosotros, sus servidores. Acrecentó el rebaño de los que creen en el Señor y los reunió en el seno de la Santa Madre Iglesia. Por eso mereció oír las palabras: 'Bien está siervo bueno, puesto que has sido fiel en las cosas pequeñas, te constituiré sobre las grandes; entra en el gozo de tu Señor'. Sus restos fueron transportados finalmente a la Estefanía, en donde reposan con honor».
Agripino vivió a fines del siglo III. No se puede precisar nada, ni dar el más mínimo detalle sobre su actividad. La traslación a la que hace mención el autor de la Gesta, la efectuó el obispo Juan, que gobernó la sede durante años. Sus reliquias, que estaban en un oratorio de las catacumbas de San Jenaro, fueron llevadas a la Estefanía, iglesia construida al fin del siglo V. En 1744, el cardenal José Spinelli, deseando identificar las reliquias de su catedral, encontró una urna de mármol con esta inscripción: «Reliquias dudosas que se piensa sean del cuerpo de san (divus) Agripino».
Durante los siglos IX y X, muchos autores consignaron el relato de los milagros obtenidos por la intercesión de san Agripino, quien se volvió en su tierra casi tan famoso como san Jenaro.
Ver Hagiographia latina, nn. 174-177; Acta Sanctorum, 9 de noviembre, vol. IV, pp. 118-128; Capasso, Monumenta ad Neapolitani ducatus historiam pertinentia, vol. I, pp. 239, 322-329; Mazochius, De sanctorum Neapolitanae Ecclesiae episcoporum cultu, vol. I, Nápoles, 1753, pp. 38-40; H. Achelis, Die Katakomben von Neapel, Leipzig, 1936, pp 5-6, 28-29; H. Delehaye, Hagiographie napolitaine, en Analécta Bollandiana, vol. LVII, 1939, 30-140; F. Lanzoni, Le diocesi d'Italia, p. 225.