Los nombres de estos cinco mártires de la Compañía de Jesús eran: Rodolfo Aquaviva, Alfonso Pacheco, Pedro Berna y Antonio Francisco, presbíteros, y Francisco Aranha, hermano coadjutor. El P. Aquaviva era hijo del duque de Atri, pariente de la familia de san Luis Gonzaga y sobrino del P. Claudio Aquaviva, quinto general de la Compañía de Jesús. Rodolfo ingresó en la orden a los dieciocho años de edad, en 1568. Después de recibir la ordenación sacerdotal en Lisboa, fue enviado a la India, a la ciudad de Goa. En 1579, el gran mogul Akbar, pidió que se enviasen misioneros a su corte, en Fatehpur Sikri, cerca de Agra. El P. Aquaviva, que era un hombre «de carácter muy sencillo y amable ... y vivía en constante unión con Dios», fue uno de los elegidos para dicha misión. Hasta el año de 1583 estuvo en la corte del mogul tratando de convertirle, pero sin conseguirlo. El mismo año, pasó a encargarse de la misión de Salssete, al norte de Bombay. El P. Pacheco, que era castellano, y el P. Berno, originario de Suiza, acompañaron a los portugueses en dos expediciones punitivas contra la aldea de Cuncolim. En esas ocasiones hicieron cuanto pudieron por destruir los templos hindúes y, sin duda, que el pueblo no dejó de observarlo. El P. Francisco era portugués, nacido en Coinbra. El hermano Aranha era el arquitecto de la misión de Goa y llevaba ya veintitrés años en la India cuando fue martirizado.
Los cinco jesuitas trabajaban en el distrito de Salssete. Como Cuncolim era el bastión de la religión hindú en aquella comarca, decidieron cultivar especialmente esa aldea. Así pues, el 15 de julio de 1583, se reunieron en Orlim y, acompañados por algunos cristianos, partieron a Cuncolim, con la intención de elegir el terreno para una iglesia y plantar en él una cruz. Cuando llegaron los misioneros, los notables de la aldea se reunieron apresuradamente en consejo y salieron a su encuentro con algunos guerreros. Un portugués, que se apellidaba Rodríguez, trató de defenderse abriendo el fuego; pero el padre Pacheco le impidió disparar su arcabuz, diciéndole: «No hemos venido a batirnos». Entonces, los habitantes de Cuncolim cayeron sobre los cristianos. Los cuatro sacerdotes murieron orando por sus enemigos. El hermano Aranha estaba tan malherido, que los perseguidores le creyeron muerto; pero al día siguiente le encontraron todavía vivo. Entonces le ofrecieron la oportunidad de salvarse si adoraba a un ídolo. Como el hermano se negase a ello, le ataron a un árbol y le mataron a flechazos. Junto con los misioneros, murieron Gonzalo Rodríguez y catorce cristianos indígenas, entre los que se contaban dos niños. No sabemos por qué razón Mons. Menezes, arzobispo de Goa, omitió los nombres de estos mártires en la lista de causas de beatificación que presentó en 1600.
La causa de los cinco jesuitas se dilató más de lo normal, pues el promotor de la fe arguyó que la destrucción de las pagodas hindúes había provocado un estado de guerra, de suerte que la causa del asesinato había sido la cólera de los nativos y no la fe de los misioneros. En 1741, el Papa Benedicto XIV declaró que se trataba de un martirio auténtico, pero la beatificación formal no tuvo lugar sino hasta 1893.
El mejor relato popular acerca de los mártires de Salsete es el del P. H. Grüber, Der selige Rudolf Aquaviva und seine Geführten (1894). Véase también Suau, Les BB. Martyrs de Salsette (1893); F. Goldie, The First Christian Mission to the Great Mogul (1897).