De la homilía de SS. Juan Pablo II en la beatificación. Puede leerse completa aquí:
Dios, uno y trino, está presente en su pueblo, la Iglesia. En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo recibimos el bautismo; en este mismo nombre se confieren los demás sacramentos. En particular, la misa, "centro de toda la vida cristiana", está marcada por el recuerdo de las Personas divinas: del Padre, a quien se dirige la ofrenda; del Hijo, sacerdote y víctima del sacrificio; y del Espíritu Santo, invocado para que el pan y el vino se conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo, y para hacer de los participantes un solo cuerpo y un solo espíritu. La vida del cristiano se orienta totalmente hacia este misterio. De la correspondencia fiel al amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo depende el éxito de nuestro camino en la tierra.
Tenían muy presente esta verdad los tres sacerdotes asuncionistas, que hoy he tenido la alegría de inscribir en el catálogo de los beatos: la causa por la que los padres Pedro Vitchev, Pablo Djidjov y Josafat Chichkov no dudaron en dar su vida fue la fe en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, fue su amor a Cristo, Hijo de Dios encarnado, al que se entregaron sin reservas sirviendo a su Iglesia.
El padre Josafat Chichkov afirmaba: "Tratemos de hacer del mejor modo posible todo cuanto esperan de nosotros, para poder santificarnos", y añadía: "Lo principal es llegar a Dios viviendo para él; todo lo demás es accesorio". Algunos meses antes del infame proceso que los condenó a muerte juntamente con el obispo Bossilkov, previendo lo que les esperaba, el padre Pedro Vitchev escribió a su superior provincial: "Obténganos con la oración la gracia de ser fieles a Cristo y a la Iglesia en nuestra vida diaria, para ser dignos de testimoniarlo cuando llegue el momento". Y el padre Pablo Djidjov decía: "Esperamos nuestro turno: que se haga la voluntad de Dios".
Pensando en los tres nuevos beatos, siento el deber de rendir homenaje a la memoria de los demás confesores de la fe, hijos de la Iglesia ortodoxa que, bajo el mismo régimen comunista, sufrieron el martirio. Este tributo de fidelidad a Cristo unió a las dos comunidades eclesiales en Bulgaria hasta el testimonio supremo. "Esto ha de tener un sentido y una elocuencia ecuménicos. El ecumenismo de los santos, de los mártires, es tal vez el más convincente. La communio sanctorum habla con una voz más fuerte que los elementos de división" (Tertio millennio adveniente, 37).
En efecto, no puede por menos de ser ya perfecta la comunión que se realiza "en lo que todos consideramos el vértice de la vida de gracia, la martyría hasta la muerte" (Ut unum sint, 84). Esta es "la comunión más auténtica que existe con Cristo, que derrama su sangre y, en este sacrificio, acerca a quienes un tiempo estaban lejanos (cf. Ef 2, 13)" (ib.).
La valiente coherencia ante el sufrimiento y el encarcelamiento de los padres Josafat, Pedro y Pablo fue reconocida por sus ex alumnos -católicos, ortodoxos, judíos y musulmanes-, por sus feligreses, por sus hermanos religiosos y por sus compañeros de sufrimiento. Con su dinamismo, su fidelidad al Evangelio y su servicio desinteresado a la nación, se presentan como modelos para los cristianos de hoy, especialmente para los jóvenes de Bulgaria que buscan dar un sentido a su vida y quieren seguir a Cristo en el laicado, en la vida religiosa o en el sacerdocio.
Petâr Vicev nació en Bulgaria, en la diócesis de Tracia, el 23 de mayo de 1893, de padres ortodoxos. En 1921 fue ordenado sacerdote católico de rito oriental.
Pavel Dzjidzjov nació en Bulgaria, en la diócesis de Plovdiv, el 19 de julio de 1919, en una familia de padres católicos de rito latino. En 1945 fue ordenado sacerdote de rito latino en la misma diócesis.
Matej Siskov nació el 9 de febrero de 1884 en Plovdiv, también de padres católicos. En 1909 fue ordenado sacerdote de rito latino.
Los tres fueron martirizados en 1952, acusados de espionaje a favor del Vaticano. Fueron beatificados en el viaje de SS. Juan Pablo II a Bulgaria el 26 de mayo de 2002.