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Beatos Luis Armando José Adam y Bartolomé Jarrige de la Morélie de Biars, presbíteros y mártires

13 de julio

Luis Armando José Adam nació en Ruán el 19 de diciembre de 1741. Cuando sintió la vocación religiosa, ingresó en los franciscanos conventuales el 1 de septiembre de 1761, hizo la profesión religiosa tras el noviciado y se ordenó sacerdote concluidos los estudios teológicos. Llegada la Revolución, hubo de dejar su convento y quedarse a vivir en Ruán, en la calle Barbet, número 6, donde fue arrestado el 12 de abril de 1793. Interrogado, se negó a prestar los juramentos que se le pedían y manifestó la mayor adhesión a sus votos religiosos. Declaró que llevaba varios años sin poder decir misa y que no pensaba dejar, a menos que se lo quitaran por la fuerza, su hábito religioso. El 6 de marzo de 1794 fue enviado a la deportación, llegando a Rochefort el 12 de abril siguiente. Embarcado en Les Deux Associés, se dedicó a la oración, guardando un gran silencio y teniendo una admirable paciencia con todas las miserias que allí se padecían.

Bartolomé Jarrige De La Morélie De Biars nació el 18 de marzo de 1753 en Moutier, junto a Saint-Yrieix. Primero fue militar y luego ingresó en la abadía benedictina de Lezat, diócesis de Rieux, donde hizo la profesión religiosa y se ordenó sacerdote. Luego pasó al clero secular, incardinándose en la diócesis de Limoges. Llegada la Revolución, se quedó a vivir con su familia en Saint-Yrieix, de cuya iglesia colegial era canónigo un hermano suyo. Continuó ejerciendo con celo su ministerio en 1791 y 1792. En 1793 fue arrestado y condenado a la deportación por el tribunal del departamento de Haute-Vienne, siendo declarado refractario a la ley del 14 de agosto de 1792. El 25 de febrero de 1794 se le envió a Rochefort, a donde llega el 12 de abril, y fue embarcado en Les Deux Associés. Se constituyó en enfermero de sus hermanos presos, pero muy pronto cayó enfermo él mismo.

Los dos murieron el 13 de julio de 1794, fueron enterrados en la isla de Aix, y beatificados el 1 de octubre de 1995 por SS. Juan Pablo II.