Monseñor Vladimir Ghika, había nacido el día de Navidad de 1873 en Constantinopla (actualmente Estambul, en Turquía), de una familia ortodoxa, fe en al que fue bautizado. La familia representaba una de las más tradicionales del lugar: de los príncipes de Valaquia y Moldavia, que habían contribuido a forjar una Rumania independiente en el siglo XIX.
En 1902, tras un largo discernimiento, se convierte al catoicismo, y por copnsejo de Pío XI se dedica al apostolado como seglar, desarrollando su tarea a escala mundial, en Bucarest, Roma, París, Congo, Tokio, Sydney, Buenos Aires... el Papa Pío XI en broma lo llamará «gran vagabundo apostólico». En 1923 es ordenado sacerdote en París, país en el que ejerció su ministerio durante casi dos décadas.
En 1939 regresa a Rumania, y una vez instaurado allí el régimen comunista de Gheorghe Gheorgiu-Dej, preconizador de un comunismo nacional (aunque no menos estalinista en sus métodos que sus colegas soviéticos) comenzó a tener problemas por la fe católica que profesaba, ya que era visto como espía del Vaticano, y se le exigía que la abandonase y volviese a abrazar la la Iglesia ortodoxia, manipulada por el régimen. Mas no consiguieron doblegarle y, en consecuencia, le condenaron a tres años de prisión. Moriría en total soledad humana, pero muy próximo a ese Dios sufriente que había visto en tantas personas, en la enfermería de Jilava, el 16 de mayo de 1954.
Ghika podía haber evitado aquella situación. Habría bastado con volver a París poco antes, cuando los comunistas maniobraban para hacerse con los resortes del poder en Rumania. Después de todo, los años de entreguerras en la capital francesa habían sido inolvidables; un tiempo para cultivar la amistad de grandes intelectuales de la época como Maritain, Bergson, Claudel o Mauriac, pero también para atender espiritualmente a la diáspora de los exiliados del este de Europa, particularmente los rusos, en la actual iglesia de Saint Ignace, en la rue de Sèvres, e incluso para vivir una experiencia muy próxima a la de Charles de Foucauld entre los tuaregs, en el barrio marginal de Villejuif, donde llegaría a habitar en una barraca para acercarse a unas gentes alejadas de Dios y de los demás hombres. Sin embargo su ministerio y su fe no hubieran admitido huir cobardemente de la persecución.
La completa entrega de su apostolado se completa con sus libros, entre los que tuvieron un gran éxito aquellos que recogían los pensamientos que iba anotando en hojas de bloc o en sobres, y a los que luego daba forma definitiva. Eran llamadas de atención a una sociedad no pocas veces frívola y aburrida. Ghika consideraba el aburrimiento como una forma de cobardía, aunque a la vez un signo de la vocación divina del hombre, que no se sacia con lo creado.
Basado en la biografía del sitio oficial de la diócesis (en rumano y otras lenguas) y en el escrito hagiográfico «El nuevo Beato Vladimir Ghika y la liturgia del prójimo», de Antonio R. Rubio Plo, publicado originalmente en Alfa y Omega, de los que tomo párrafos literales.