Había nacido en Benidoleig en el año 1888. Cursó los estudios sacerdotales en el Seminario Conciliar de Valencia; alumno aventajado y de insignes cualidades, obtuvo una Colegiatura de beca en el Colegio del Corpus Christi (Patriarca). Ordenado de Presbítero en 1913, fue destinado a Jávea, donde estuvo hasta su martirio; primero, durante ocho años, como Capellán del Mar (Aduanas), y luego, hasta su fin, en las Agustinas Descalzas. Como Capellán del Mar era tan querido de los pescadores que, al ser trasladado a la Capellanía de las Monjas, elevaron pliegos de firmas, con rara unanimidad, al Arzobispo, pidiendo dejasen sin efecto el traslado.
Era muy amante de la Eucaristía. Vivió siempre pobre, hasta el punto que tenía los muebles prestados, y aun la ropa de su uso se la habían de regalar muchas veces. Muy limosnero y un gran catequista. Hacía catecismo en el Mar, cuando allí estaba, y después, siempre, en el Convento de Agustinas; los premios del catecismo (de valor) los daba de su peculio particular. Era muy mortificado; los viernes de Cuaresma comía solamente un pedacito de pan con un poco de aceite. Usaba disciplinas de sangre dos veces por semana, y cilicio.
Cuando estalló la guerra permaneció en Jávea hasta el día 2 de agosto de 1936, marchando a su pueblo natal, Benidoleig, donde estuvo hasta el día 23 de septiembre. Fué requerido, en esta misma fecha, por el comité de Jávea, con el objeto de que hiciera algunas declaraciones referentes al Sindicato Agrícola de Jesús Nazareno, del cual era Consiliario hacía muchos años. El comité de Benidoleig no se opuso a ello y, a fin de que los que habían ido a por él obraran con más libertad, el comité local se ausentó del pueblo.
El intento de los milicianos era asesinarle antes de llegar a Jávea, pero ante la negativa del conductor del coche, el cual había sido obligado a ir, decidieron llevarle a la población; pero el 24 del mismo recibió, de manos de los enemigos de Dios, la palma del martirio entre Teulada y Benisa. Su cadáver fué encontrado con el Santo Rosario entrelazado en las manos, siendo enterrado en el cementerio de Benisa.
En medio de las agonías de la muerte y los horribles dolores producidos por las heridas de bala en el abdomen, pedía, al igual que Jesús en la Cruz, perdón y misericordia para sus asesinos, y, principalmente, para aquel que le había de dar el tiro de gracia. Días más tarde, el charco de sangre producido por las heridas apareció adornado de rosas, lo que demuestra la gran fama de santidad que tenía D. Vicente. Después de la guerra, sus restos fueron trasladados al cementerio de Benidoleig, en donde esperan la resurrección de la carne.