Simón Ballachi entró a servir a Dios como hermano lego en el convento de los dominicos de Rímini, su ciudad natal, a los veintiséis años de edad. Como si la humildad de su estado no bastase, Simón se mortificaba aún más al ofrecerse para ejecutar los trabajos más bajos y al disciplinarse con una cadena de hierro. Ofrecía todos sus sufrimientos por la conversión de los pecadores. Se dice que el demonio se le aparecía y le hacía sufrir mucho.
Simón estaba encargado del huerto. Tenía predilección por las almas infantiles y solía recorrer las calles con una cruz en la mano, para llamar a los niños al catecismo. A los cincuenta y siete años quedó ciego y así vivió doce más. En los últimos años tuvo que guardar cama. Soportó esas pruebas con valor y alegría. Dios le premió con el don de milagros, y el pueblo le veneró como santo en cuanto murió. Su culto fue confirmado en 1821.
Véase Acta Sanctorum, nov., vol. II, donde hay un corto artículo basado en las escasas fuentes; y cf. Procter, Lives of Dominican Saints, pp. 306-309.