La primera clarisa honrada con culto público no fue santa Clara, sino la beata Felipa Mareri, muerta en 1236, cuando santa Clara todavía vivía en San Damián de Asís. Al nombre y a la vida de la beata Felipa está ligada la vida y la figura del Beato Rogerio, umbro también, de Todi, que conoció personalmente a san Francisco y fue uno de sus primerísimos seguidores junto con Bernardo de Quintaval, Gil, León, Silvestre. San Francisco solía decir: verdadero hermano menor es el que tiene la fe de Fray Bernardo, la simplicidad y la pureza de Fr. León, la benignidad de Fr. Angel, la presencia agradable de Fr. Maseo, la paciencia de Fr. Junípero, la solicitud de Fr. Lúcido y la caridad de Fr. Rogerio.
Por su equilibrio, unido al más ferviente celo misionero, fue enviado por san Francisco a España para fundar allí la Orden Franciscana. Erigió conventos, acogió religiosos que supo formar en el espíritu seráfico y los organizó como Provincia religiosa. Cuando hubo cumplido su oficio de organizador, regresó a Italia. San Francisco entonces le confió la dirección espiritual del monasterio de las Clarisas fundado por la beata Felipa Mareri, después que esta mujer de vida excepcional y casi desconcertante hubo templado en la soledad de un eremitorio rural su vocación de penitente y de guía de otras mujeres penitentes.
Con los sabios consejos del franciscano Rogerio, la comunidad de Felipa Mareri, que al principio había tenido carácter un poco irregular, o mejor, no bien definido, se enmarcó ejemplarmente en la Regla de la Segunda Orden, la misma que san Francisco había dictado para santa Clara y sus damas y que ya producía copiosos frutos espirituales. Felipa Mareri se ligó con afectuosa devoción al franciscano de Todi, bajo cuya dirección la comunidad por ella querida, progresaba tan claramente en la perfección. Cuando la beata de Rieti estuvo cercana a la muerte, pidió ser confortada por el beato de Todi. En el elogio fúnebre él la invocó como se invoca a los santos.
Rogerio sobrevivió poco a su hija espiritual. Volvió a Todi, donde su vida dio nuevos fulgores de santidad. Meditaba a menudo en el nacimiento de Jesús, que muchas veces se le apareció en forma de niño y tuvo el gozo de apretarlo amorosamente en sus brazos. Una mujer paralítica volvió a caminar después de haber recibido su bendición. Otra mujer afectada de locura, que se descontrolaba con gritos y acciones descompuestas, al contacto de su mano curó perfectamente. El 5 de enero de 1237 fue llamado por Dios al premio eterno el siervo fiel y bueno. Gregorio IX, que lo conoció personalmente, aprobó su culto local, y Benedicto XIV, el 24 de abril de 1751, aprobó la invocación como beato.
Ver Mazzara, Leggendario Francescano (1676), vol. I, pp. 29-31; Léon, Aureole Séraphique, vol. I, pp. 442-443.