Al día siguiente del martirio de san Edmundo Arrowsmith en Lancaster, fue ejecutado en la misma ciudad el beato Ricardo Herst. Su historia es una de las más extraordinarias entre las de los mártires de Inglaterra y Gales. La razón aparente de su ejecución fue un asesinato premeditado. Ricardo Herst (o Hurst, o Hayhurst) nació cerca de Preston, probablemente en Broughton, en fecha desconocida. Con los años llegó a ser un próspero agricultor. En 1628, el obispo de Chester envió a tres hombres -Norcross, Wilkinson y Dewhursta- a arrestarle por haberse negado a prestar el juramento de fidelidad. Ricardo se hallaba en las labores del campo. Cuando Norcross le presentó la orden de aprehensión, Wilkinson le golpeó con una estaca. Una joven que trabajaba en el otro extremo del campo, corrió a llamar a su ama, la que acudió al punto con un criado y otro hombre. Los policías se enfrentaron a los dos hombres y Wilkinson puso a ambos fuera de combate. Entonces la joven (cuyo nombre ignoramos) dio a Dewhurst un golpe en la cabeza y los policías emprendieron la fuga. Pero Dewhurst, «medio atontado por el golpe y no queriendo quedarse atrás de su compañero, corrió alocadamente por el campo barbechado y se rompió una pierna». La fractura se infectó y Dewhurst murió trece días más tarde, no sin haber declarado que su caída había sido completamente accidental. A pesar de ello, Ricardo Herst fue acusado de asesinato voluntario ante Sir Henry Yelverton. Aunque los testigos y las investigaciones de la policía probaron que Herst era inocente, el juez le declaró culpable. El jurado se negó al principio a apoyar la sentencia del juez, pero éste le explicó en privado que era necesario «hacer un escarmiento».
Se envió entonces al rey Carlos I una petición de indulto, con el apoyo de la reina María Enriqueta, pero la influencia del juez no dejó de pesar. Finalmente, se ofreció la libertad a Ricardo, con tal que prestase el juramento condenado por la Santa Sede. Ello basta para probar que la acusación de asesinato era un simple pretexto. Se conservan todavía tres cartas del beato a su confesor. En una de ellas dice: «Os ruego que os ocupéis de mis pobres hijitos y que exhortéis a mis amigos a pagar mis deudas. Haced que mis acreedores se enteren de que mi mayor deseo en este mundo es pagarles en cuanto mis medios me lo permitan». En otra carta dice: «Aunque la carne es débil y timorata, mi alma encuentra mucho consuelo en ponerse con gran amor en las manos dulces del Salvador. Considerando lo que Él hizo y sufrió por mí, mi mayor deseo es sufrir por Él. Y antes quisiera morir mil veces que poseer un reino entero y vivir en pecado mortal; porque, por amor de mi Salvador, nada odio tanto como el pecado». Al dirigirse al sitio de la ejecución, Ricardo volvió los ojos hacia el sitio del castillo en el que se había colocado la cabeza de san Edmundo Arrowsmith y dijo: «He ahí la cabeza del bendito mártir que enviásteis a prepararme el camino». Después se volvió hacia el ministro protestante que le interrogaba y le dijo: «Yo creo todo lo que profesa la Santa Iglesia católica». Antes de subir al cadalso oró unos momentos. Viendo que el verdugo vacilaba en echarle la cuerda al cuello, le dijo: »Tomás, me parece que voy a tener que ayudarte». El beato tenía, al morir, seis hijos, y su mujer esperaba el séptimo.
El relato de la vida de san Edmundo Arrowsmith da muchos detalles acerca del Beato Ricardo Herst. En Memoires of Missionary Priests, de Richard Challoner, se estudia juntos a los dos mártires.