Juan Pelingotto era hijo de un próspero mercader de Urbino, pero él mismo, desde su infancia, no mostró ningún interés por los bienes de este mundo. Desde muy temprana edad se hizo terciario franciscano y se habría retirado a vivir en la soledad como ermitaño, a no ser por la decidida oposición de sus padres; en consideración a sus deseos, se quedó con ellos en el hogar, pero enteramente entregado a la oración y la penitencia. Durante algún tiempo, permaneció encerrado en su habitación, sin abandonarla más que para asistir a la iglesia. Después, obedeciendo a un llamado celestial para servir a Dios atendiendo a los hombres que sufrían, salió de su enclaustramiento. Durante todo el resto de su existencia anduvo por los hospitales para atender y consolar a los enfermos y buscó a los pobres más abandonados, a quienes socorría con todo lo posible, dándoles aun sus propios alimentos y la ropa que llevaba puesta. No obstante la gran vergüenza que hacía pasar a los miembros de su familia, con frecuencia salía a la calle sin más vestido que una especie de túnica andrajosa, hecha con el yute de las bolsas y remiendos de tela. Como se consideraba a sí mismo como la más vil de las criaturas, recurría a los medios más extravagantes para incitar el desprecio de sus prójimos. En un Domingo de Pasión, se presentó en la iglesia como un criminal, con una cuerda atada al cuello; sin embargo, todos vieron cómo, al estar en oración en la capilla de la Virgen cayó en un éxtasis que duró varias horas y del que le despertaron con mucha dificultad. En otra ocasión, eligió el día más frío del crudo invierno, para pasarlo en la plaza del mercado, entre los mendigos cubiertos de harapos como él, hasta que sus familiares lo encontraron aterido y más muerto que vivo y lo llevaron a la casa. A pesar de todos sus esfuerzos por humillarse, Juan llegó a ser muy venerado en su ciudad natal como un hombre santo, profeta y hacedor de milagros. Cuatro años antes de su muerte, fue a Roma para el jubileo con dos compañeros terciarios y, en la gran ciudad, varias personas que nunca le habían visto, le saludaron como al «santo de Urbino». El culto al Beato Juan Pelingotto fue confirmado en 1918.
Un contemporáneo de Juan escribió la biografía que fue impresa en el Acta Sanctorum, junio, vol. I; véanse también las Acta Ordinis Fratrum Minorum de 1918 y 1919, así como a Wadding Anuales, Ord. Min., vol. vi, pp. 38-42. El decreto oficial de aprobación del culto, que contiene una biografía resumida, se encuentra en el Acta Apostolicae Sedis, vol. X (1918), pp. 513-516.