Jakob Kern provenía de una modesta familia vienesa de obreros. La primera guerra mundial le impidió bruscamente proseguir sus estudios en el seminario menor de Hollabrunn. Una grave herida de guerra convirtió en un calvario, como él mismo decía, su breve existencia terrena en el seminario mayor y en el monasterio de Geras. Por amor a Cristo no se aferró a la vida, sino que la ofreció conscientemente por los demás. En un primer momento quería ser sacerdote diocesano. Pero un acontecimiento le hizo cambiar de camino. Cuando un religioso premonstratense abandonó el convento, afiliándose a la Iglesia nacional checa que se había formado tras la reciente separación de Roma, Jakob Kern descubrió su vocación en este triste evento. Quiso reparar la acción del aquel religioso. Jakob Kern ocupó su lugar en el monasterio de Geras y el Señor aceptó la ofrenda del «sustituto».
El beato Jakob Kern se nos presenta como testigo de la fidelidad al sacerdocio. Al inicio era un deseo de infancia, que se expresaba imitando al sacerdote en el altar. Sucesivamente, el deseo maduró. A través de la purificación del dolor, apareció el profundo significado de su vocación sacerdotal: unir su vida al sacrificio de Cristo en la cruz y ofrecerla en sustitución por la salvación de los demás.
Ojalá que el beato Jakob Kern, que era un estudiante inquieto y activo, estimule a muchos jóvenes a acoger con generosidad la llamada al sacerdocio para seguir a Cristo. Sus palabras de entonces se dirigen a nosotros: «Hoy, más que nunca, hacen falta sacerdotes auténticos y santos. Todas las oraciones, todos los sacrificios, todos los esfuerzos y todos los sufrimientos, hechos con recta intención, se convierten en la semilla divina que, más tarde o más temprano, dará su fruto».
Extraído de la homilía en la misa de beatificación, por SS Juan Pablo II el 21 de junio de 1998. La homilía completa puede leerse en el sitio del Vaticano.