Francisco nació en Córdoba, España, en 1644, y sus padres, que vivían de lo que les daba el cultivo de un huerto, le inculcaron la idea de que debía ser religioso, particularmente fraile predicador, una perspectiva que resultaba muy del agrado del chico. Pero al morir su padre, volvió a casarse su madre, y el padrastro decretó que los estudios a que estaba entregado Francisco eran una pérdida de tiempo y, en consecuencia, le obligó a abandonarlos y le dedicó a aprender un oficio. Al principio su amo, el encargado de enseñarle a ganarse la vida, le trató con extremada dureza, pero Francisco acabó por ganarse su afecto, gracias a la inagotable paciencia, el buen carácter y la asiduidad en su trabajo que demostró siempre. Al cabo de algún tiempo, el amo de Francisco le ayudó a proseguir sus estudios y le concedió el tiempo necesario para dedicarse a ellos.
También el padrastro murió y, entonces Francisco tuvo que consagrarse a cuidar de su madre; sin embargo, en 1663 pudo entrar al noviciado de los dominicos, en el convento de Scala Coeli, en Córdoba. Sus primeras experiencias en aquel nuevo ambiente no fueron muy felices. Sus compañeros no le comprendieron y le hicieron blanco de sus burlas y sus continuas persecuciones; pero él perseveró con su proverbial paciencia, hizo su profesión y fue admitido al sacerdocio. Inmediatamente, Francisco se hizo notar como un predicador de grandes dotes y se aclamaba su aparición como la de un segundo Vicente Ferrer. Desarrolló tareas misioneras por todas las regiones del sudoeste de España y a sus continuas prédicas agregó el trabajo de oír confesiones, el de viajar a pie de una parte a otra y el de someterse a mortificaciones muy rigurosas. Su predicación elocuente, en la que exponía preceptos que reforzaba con el ejemplo, le otorgó una gran influencia sobre todos los que le escuchaban o tenían algo que ver con él. En su ciudad natal impuso una necesaria reforma a las costumbres y una mejora radical de la moral pública y privada, a tal extremo, que muchos lugares de vicio y de desorden tuvieron que cerrar sus puertas por falta de clientela. Siempre estaba al servicio de los pobres y de ellos aprendió una humildad que le hizo evitar no sólo los más altos puestos en su orden, sino también los obispados que le fueron ofrecidos en numerosas ocasiones. El beato Francisco escribió varios libros (El Triunfo de la Castidad, las biografías de Santo Domingo y otros santos de la orden, exhortaciones morales, etc.) y, tras una existencia de viajes constantes, llegó a morir a su convento de Scala Coeli, el 20 de septiembre de 1713, luego de cuarenta años de constante trabajo para el bien de las almas. Fue beatificado en 1818.
Poco después de la beatificación, el R. P. Sopena publicó en Roma una Vita del B. Francesco de Posadas, que contiene un interesante relato de sus levitaciones cuando celebraba la misa y sus sensaciones al hacer resistencia para que su cuerpo no se elevase. Ver a Martínez Vigil, en La Orden de Predicadores (1884), pp. 352 y ss. la nota de Procter en Dominican Saints, pp. 263-265.