Nació en Corea, y por ello se le llama «Coreano», estuvo desde su juventud altamente preocupado por el sentido de la vida, lo que le llevó a vivir siete años vida solitaria en una cueva, en ascesis y meditación. Luego tuvo una visión en la que un anciano le decía que lo que buscaba lo hallaría al otro lado del mar. Invadida Corea por los japoneses y hecho prisionero es llevado a Meaco. Aquí enferma y luego, cuando se recupera, ingresa en un monasterio budista, donde es muy apreciado por su conducta arreglada, pero donde él no encuentra la paz interior. Entonces, una cristiana lo invita a que asista a una explicación del cristianismo dada por los jesuitas. Esto le impactó hasta el extremo de dejar el monasterio, inscribirse en el catecumenado y progresar hasta el bautismo.
Una vez bautizado se quedó a vivir con los jesuitas, los cuales le encomendaron que diera catequesis, lo que hacía con gran celo y competencia al tiempo que atendía con mucha caridad a los enfermos de lepra. Llegada la persecución de 1614 marcha a Filipinas, pero en 1616 vuelve, pasa a la clandestinidad y reemprende su tarea de catequista. Visitaba a unos cristianos en la cárcel cuando es arrestado en 1626 y conminado a dejar de difundir el Evangelio. Pero él se negó, y siguió en la cárcel hasta que fue condenado a muerte y quemado vivo en Nagasaki, el 15 de noviembre de 1627. Fue beatificado en 1867 por el papa Pío IX.