César Pedro Silvestrelli nace en un bello palacio gentilicio de Roma el 7 de noviembre de 1831. El padre Juan Tomás es un noble rico de Toscaza; la madre, Teresa Gozzani, pertenece a los marqueses de San Giorgio del Casale Monferrato (AL). Los Silvestrelli tenían una capilla familiar y un maestro eclesiástico para la asistencia en la formación escolar y cristiana de los hijos. César tiene un aspecto agradable, es inteligente, culto, emprendedor, sabe tratar con todos. Frecuenta con éxito la escuela del Colegio Romano de los Jesuitas. Cuida mucho su preparación religiosa bajo la guía del maestro eclesiástico. Probablemente sigue con interés la vida política; el hermano Luis será diputado en el Parlamento.
Está dotado de muchas cualidades naturales que pondrá al servicio de Dios en la Congregación Pasionista. Un alto imprevisto en el convento pasionista de San Eutizio (Viterbo) después de una jornada de cacería lo pone en contacto con la vida pasionista. Poco después, a los 23 años, hace la experiencia de un mes en el convento pasionista de los Santos Juan y Pablo en Roma. Al partir regala un crucifijo de marfil a cada uno de sus familiares. Como respuesta a la sorpresa de estos él explica: «Nunca se puede saber qué pasará». Pero él ya sabe que no regresará más a su casa: irá directamente al noviciado pasionista sobre el Monte Argentario. Pero después de un mes debe interrumpir el noviciado por motivos de salud. Con todo no abandona el convento e inicia los estudios de teología en preparación al sacerdocio. El 22 de diciembre de 1855 es ordenado sacerdote. Repuesto en su salud, renueva la petición de ser pasionista y es nuevamente acogido y enviado al noviciado de Morrovalle (Macerata). Aquí toma el hábito y el nombre de Bernardo María de Jesús. Pronto llegará también al noviciado de Morrovale Francisco Possenti -Gabriel de la Dolorosa, muerto en 1862- y nacerá una bella y santa amistad. Ambos tienen la fortuna de tener la dirección espiritual del P. Norberto Cassinelli.
En abril de 1856 emite la profesión religiosa e inicia su larga militancia en la congregación pasionista. Dan frutos su cultura y santidad como profesor, director de estudiantes de teología y maestro de novicios. Por su capacidad de gobierno es elegido superior y consultor provincial y por 25 años llevará la carga de superior general. Por humildad trata de rechazar, de retirarse; a cada reelección se declara incapaz de gobernar la congregación; pero los co-hermanos ven en él un perfecto superior, exigente y paternal, unido a las sanas tradiciones y abierto a nuevas instancias enseñando más con el ejemplo que con palabras y lo reeligen siempre en el primer escrutinio. En 1893, para evitar la reelección, no participa en el capítulo general; pero mientras se da a la fuga, se le aparece San Gabriel de la Dolorosa quien le ordena regresar al capítulo. El P. Bernardo no pudiendo huir de la voluntad de Dios, regresa y se entrega por completo con infatigable empeño.
Bajo su gobierno la congregación toma nuevo impulso y se expande ya sea en Italia como en el exterior. Al momento de su muerte el número de religiosos, de las casas y de las provincias se cuenta al doble. Abre nuevos conventos en Italia y en varias naciones de Europa y de América. Pone mucho cuidado en la formación intelectual y espiritual de los religiosos; funda el seminario menor y abre un estudiantado internacional en Roma para los jóvenes pasionistas.
Robándole tiempo al sueño, escribe libros maravillosos, verdaderas joyas de ascética y de historia de los primeros tiempos pasionistas para conservar en la posteridad el genuino espíritu del fundador y los mejores ejemplos y modelos de la vida pasionista. Desea que no se pierda tanta riqueza y santidad. Escribe para animar a los co-hermanos, para formar conciencia religiosa y pasionista. Envía cartas pastorales, dialoga con todos, visita comunidades tanto dentro como fuera de Italia, estimula a cada uno a ser fiel al carisma pasionista. Y está su propio ejemplo. Irreprensible en todo tanto que lo llaman «La primera regla viviente» y es saludado como «segundo fundador».
Es estimado de los Papas por su santidad y por sus dotes humanas. León XIII lo llama «hombre santísimo»; Pío X dice a los Pasionistas: «Ustedes tienen un santo como superior general». Muchos, pero inútiles, son los intentos por hacerlo cardenal. Los últimos años los pasa en continua oración y soledad. Frecuentemente cambia de convento para huir de continuas visitas que lo distraen del recogimiento. Muere el 9 de diciembre de 1911 en Moricone (Roma), como fue previsto por él mismo, por una caída mientras subía una escalera corta pero empinada. Juan Pablo II lo declara beato el 16 de octubre de 1988.