Alberto de Bérgamo fue una modesta flor en el jardín dominico, y uno de los más bellos ejemplos de esa santidad a la cual todos los cristianos están llamados, y que en nada se sale de lo común. Fue simplemente un agricultor del territorio bergamasco, donde nació, al inicio del siglo XIII, en la Villa d'Ogna. Desde la infancia caminó en la senda de Dios, poniendo sobre todo en práctica el gran precepto de la caridad. Por consejo y voluntad de los suyos contrajo matrimonio, pero no encontró en su compañera ni afecto ni comprensión; sin embargo su paciencia fue inalterable. Habiéndole cuestionado algunas personas poderosas la posesión de sus tierras, en bien de la paz dejó su pueblo y marchó a Cremona, donde vivió del trabajo de sus manos.
Agregado a la Tercera Orden de Santo Domingo, se dedicó sin pausa a las obras de misericordia, ya que sostenía que siempre es tiempo de hacer el bien, si hay voluntad de hacerlo. Predicó elocuentemente con las obras, dando ejemplo luminoso de esa caridad poco comprendida y aun menos practicada por tantos cristianos. Alberto presintió la hora de su muerte, el 7 de mayo de 1279, expirando serenamente, confortado por los últimos Sacramentos. Mucha gente se acercó a venerar el cuerpo, atraídos -según dice la tradición popular- por el milagro de las campanas, que sonaron sin ser tocadas. El papa Benedicto XIV, el 9 de mayo de 1748, aprobó el culto «ab immemorabili».
Traducido para ETF, con escasos cambios, de un artículo de Franco Mariani.