Princesa de Polonia, hija de Leszek el Rubio, príncipe de Cracovia, Salomé nació en 1211. Es difícil seguir los primeros años de su vida, pues las fuentes históricas difieren bastante entre sí. Parece, sin embargo, que a los tres años fue confiada al obispo de Cracovia, el Beato Vicente Kadlubek, para que la condujera a Hungría. Según las costumbres de aquel tiempo, Lescek había concertado su matrimonio de su hija con el hijo del rey Andrés de Hungría, el príncipe Kálmán o Colomán, que sólo tenía 6 años.
Con autorización del papa Inocencio III, el obispo de Strigonia los coronó en el otoño de 1214, y gobernaron en Halicz durante menos de tres años, hasta que la ciudad fue ocupada por el príncipe Mistislaw de Rutenia, que los retuvo prisioneros. Durante la prisión, Salomé, que contaba entonces con nueve años, de común acuerdo con su prometido vivir en castidad. Cuando los húngaros reconquistaron la ciudad, los dos fueron liberados y por fin pudo celebrarse el matrimonio. Salomé, al parecer, había empezado a hacer vida de penitencia como terciaria franciscana, y se comprometió para que la corte fuese un modelo de vida cristiana. A pesar de su belleza, rehuía de la compañía de los hombres, vestía con modestia, no participaba en las fiestas y diversiones de la corte y dedicaba el tiempo libre a la oración.
Kálmán reinó en Dalmacia y Eslovenia, en vida de su padre, hasta el momento de su muerte, ocurrida en 1241, mientras combatía contra los tártaros. El primer año de viudez lo empleó Salomé en hacer buenas obras en la corte y en favorecer los conventos de franciscanos y dominicos, pero en 1242 prefirió regresar a su país. Se retiró en el monasterio de Sandomierz y vistió el hábito de las clarisas. Con la ayuda del hermano Boleslao emprendió en 1245 la fundación del monasterio de clarisas de Zawichost, el hospital y el monasterio de clarisas donde se recluyó.
Ante la amenaza de los Tártaros, parte de la comunidad se trasladó a Skala, donde Salomé fundó otro monasterio, dotándolo de utensilios y ornamentos litúrgicos. 28 años vivió en el monasterio, siendo para todos un ejemplo de penitencia, abnegación, humildad, inocencia y caridad. Durante muchos años fue abadesa buena, afable y servicial, amante del ideal franciscano de pobreza.
El 17 de noviembre de 1268, día de su muerte, tuvo una visión de la Virgen María con su Hijo. Entonces llamó a sus hermanas y las exhortó a vivir en caridad, pureza de corazón, obediencia y desapego de las cosas de este mundo. Sus hermanas vieron su alma como una pequeña estrella que desde su cuerpo subía hasta el cielo. TEnía 57 años. Sus restos fueron trasladados a la iglesia de San Francisco de Cracovia, donde aún se conservan. Por último, el papa Clemente X aprobó su culto inmemorial.
En la imagen: vidriera dedicada a la santa en la actual Basílica de San Francisco, de Cracovia.