Esta ilustre hija del catolicismo alemán vivió su vida de solo treinta y seis años como un continuado acto de amor y reparación al Divino Corazón de Jesús, objeto de su adoración y adhesión continuas. Para ella la devoción al Corazón de Cristo era una forma perfecta de vivir el cristianismo, y en esta devoción destacaba singularmente la consagración al Corazón divino, entrega mediante la cual Cristo se hace dueño de los corazones y reina en ellos. Por eso su gran anhelo era, y no podía ser otro, la consagración del mundo entero al Sagrado Corazón. María del Divino Corazón vivió de forma muy destacada la espiritualidad de su tiempo, toda ella, máxime en el pontificado de León XIII, girando en torno a la devoción al Sagrado Corazón.
Su vocación religiosa surge a partir del impacto que le causó un sermón que escucha el 21 de noviembre de 1878 y en el que se habla de la entrega plena de la Virgen María a los planes de Dios. Ella sintió que Dios la atraía de tal manera que no podía ser sino sólo para él. No obstante no tomará una decisión rápida sino que irá madurando durante años esta vocación en su corazón. En 1882, cuatro años después de aquel sermón, se la manifestó a sus padres, los cuales le dijeron que no se opondrían en absoluto a su vocación y que se sintiera libre para seguirla cuando lo estimara conveniente Ella perseveró todavía unos años en su vida piadosa y caritativa hasta que se decidió por la Congregación de las Hermanas de la Caridad del Buen Pastor. Surgieron entonces algunas dificultades ya que su salud era endeble y ello podría significar menor capacidad para llevar con normalidad la vida religiosa. Por fin en 1888 la aceptaron como postulante y el día 10 de enero de 1889 tomaba el santo hábito y comenzaba el noviciado. No le cambiaron su nombre bautismal de María pero añadieron al mismo el gran amor de su alma: el Divino Corazón de Jesús. Todos los biógrafos recalcan que ese mismo día en Lisieux tomaba el hábito carmelita Santa Teresita del Niño Jesús.
La rehabilitación de la mujer es el proposito de su Instituto y a este noble fin dedica sus actividades. Sor María se centró en ellas atendiendo con obediencia y humildad los trabajos que le asignaron, y revelándose enseguida como religiosa prudente y eficiente, capaz de afrontar responsabilidades de liderazgo. Sor María se hizo cargo de la casa de Oporto, en Portugal, con la voluntad de organizarla y dirigirla del mejor modo posible. Muy pronto quedaron claras sus dotes como administradora y su firmeza como superiora. El buen orden, la regularidad, la eficiencia fueron siempre compañeros de su mandato. Pero sobre todo imprimió un clima de espiritualidad y fervor religioso que facilitó la labor que la casa quería llevar adelante. Logró con exquisita caridad tener las mejores relaciones con el entorno social y con la comunidad católica de Oporto, cuyo clero y autoridades religiosas enseguida estimaron a sor María y apoyaron la labor social importante que realizaba su casa.
Tda su actividad tuvo que desplegarla en medio de la enfermedad; en efecto, se le declaró una mielitis que la obligaba a estar en el lecho y le paralizaba las extremidades inferiores. Ella la tomó como su cruz, su concreta manera de participar en los dolores de Cristo, y la hizo más capaz de hablar con convicción de la necesidad de reparar a Dios por tantos pecados y ofensas y ser ferviente apóstol de la devoción al Corazón de Jesucristo.
Se confesaba con el sacerdote Teotonio Ribeira de Castro, quien dirigía su alma por los senderos que Dios iba marcando, y a quien ella le confió un deseo de su corazón: dirigirse directamente al Papa y pedirle que consagrara el mundo al Sagrado Corazón de Jesús. El confesor, futuro patriarca de Lisboa, la animó a hacerlo y en 1898 por dos veces la humilde religiosa le escribió al Papa. Su súplica no fue en vano, porque el Santo Padre se sintió impactado por la súplica y las razones de sor María y consultó a algunos teólogos al respecto. Llegó a la conclusión de que era oportuna la solicitada consagración y la anunció en la encíclica Annum sacrum (15-6-1899), con la que convocaba el Año Santo de 1900. La consagración se haría el 11 de junio de 1899, precedida de un triduo solemne. Sor María no pudo menos que recibir la noticia con inmensa alegría, pero su salud estaba ya tan debilitada que no viviría para el día de la consagración sino que el 8 de junio de aquel año 1899 entregaba su alma al Señor en la casa de Oporto.
Enterrada entre los pobres en el cementerio de Oporto, muy pronto, sin embargo, su fama de santidad saltaba a toda la Iglesia. SS. Pablo VI la beatificó el año santo de 1975, el 1 de noviembre.
Bibliografia: AAS 68 (1976) 489-492. Hanley, M. L, Vita della Serva di Dio Maria del Divino Cuore. Droste zu Vischering (Roma 1944). Ricciardi, A., Piu noble per carita. Beata Maria Droste zu Vischering (1863-1899) (Roma 1975).
Sintetizado de un artículo firmado por José Luis Repetto Betes.