Al hablar de Mª Celeste Crostarosa (1696-1755) hay que comenzar diciendo que es una gran desconocida, no sólo para el pueblo cristiano en general, sino que también ha sido bastante ignorada (como sucede con otras fundadoras) dentro de la propia familia redentorista durante más de dos siglos.
Sin embargo, Mª Celeste Crostarosa, por la profundidad teológica de su escritos y por su obra, merece un lugar destacado en la historia de la espiritualidad cristiana. Entre sus escritos conservamos el Instituto y Reglas del Santísimo Salvador, su Autobiografía, además de cuatro libros dedicados a comentar el Evangelio: Meditaciones de Adviento y Navidad, Ejercicio de Amor para la Cuaresma, Sobre el Evangelio de S. Mateo. Ejercicio de Amor de Dios para todos los días del año y Jardín interior del Divino Amor (su obra cumbre). Se han publicado también los Diálogos del alma (es como un diario o cuaderno de confidencias espirituales en forma de diálogo entre el alma y Jesús) y los Grados de Oración que es una obra en la que expone su experiencia mística en la oración distinguiendo 16 grados. También tiene otros escritos más breves: Diez días de Ejercicios Espirituales, Novena de Navidad, Ejercicio Espirituales para el mes de Diciembre, Libro de Ejercicios Espirituales devotos (oraciones), una recopilación de poesías espirituales y algunas de sus Cartas.
Resulta paradójico que esta mujer haya permanecido en el anonimato durante tanto tiempo, ya que fue Fundadora de la Orden del Stmo. Redentor (Madres Redentoristas) en 1731, e inspiradora de la Congregación del Stmo. Redentor (Misioneros Redentoristas) fundada por San Alfonso en 1732, y de la Congregación del Santísimo Sacramento, fundada en 1733 por el P. Vicente Mannarini.
Julia Crostarosa (que será conocida con el nombre de María Celeste) nació el 31 de Octubre en el mismo año (1696) y en la misma ciudad (Nápoles) que San Alfonso María de Ligorio. También de una familia acomodada y profundamente cristiana. José Crostarosa, su padre, era doctor en ambos derechos y magistrado en Nápoles. Su buena posición le permitía atender holgadamente a su numerosa familia: Julia es la décima y antepenúltima hija (tuvieron 12 hijos, cinco niños y 7 niñas). Su madre, Paula Battista Caldari es la típica mujer napolitana: alegre y dinámica, apasionada y dulce. Se dedica a la educación de sus hijos, sobre todo en el aspecto religioso.
La familia de Mª Celeste jugará un papel importante a lo largo de su vida. Llama la atención el profundo respeto que su padre mostró siempre hacia las opciones que su hija irá tomando. Ella y sus hermanas podrán contar con el apoyo de sus padres y sus hermanos en los momentos más difíciles.
Después de una crisis en su adolescencia, entre el deseo de seguir a Jesús y la inclinación natural a “desear las cosas del mundo” – vuelve a tener paz y hace una confesión general. Así nos lo cuenta:
“Pensé ir a buscar a un religioso dominico, y entonces no sólo confesarme, sino también aprender de él el ejercicio de la oración mental y el modo de poder amar a Dios con todo el corazón, porque, aunque durante todo aquel tiempo había hecho la oración que Dios me daba con aquellas luces sobrenaturales, creía que la oración mental era otra cosa que no conocía.”
El dominico le comenzó a enseñar cómo era la oración mental; y le dijo que leyera libros de meditaciones . Ella misma cuenta cómo empezó a hacer media hora de oración al día. Y empezará a vivir su propia manera de hacer oración, va más allá de los métodos. En este tiempo, tuvo una experiencia que le marcó:
“Un día leí la meditación de la lanzada que recibió nuestro Señor en la cruz; y quedé absorbida por el amor de este Divino Señor, desde ese momento no usé más libros para meditar.”
En su experiencia de Dios, la “divina compañía” de la adolescencia empieza a madurar en la línea de una unión más profunda, con el deseo de imitar la vida de Jesús especialmente durante los 30 años que estuvo en Nazaret. Poco a poco irá intuyendo que su camino no es el de una imitación externa de su vida, sino que consiste en dejar vivir a Cristo en ella.
“El Señor me dijo en lo interior del corazón: tú debes imitar mi vida y unida a las obras de mi vida realizarás tus propias obras”
En este camino de seguimiento de Jesús sigue pasando por etapas de sequedad y turbación. Por propia experiencia se da cuenta de lo importante que es buscar un buen acompañante espiritual “experimentado y despojado de sí mismo” dice ella. Así a los diecisiete años se confió a la ayuda de Bartolomé Cacace, quien le aseguró que era
En la primavera de 1718 Mª Celeste tiene ya 21 años. En una ocasión, su madre, acompañada de sus hijas va al Carmelo de Marigliano para visitar a la superiora del monasterio. Lo que parece una simple visita se convierte en una entrada formal en el convento. Mª Celeste contará más tarde cómo la superiora le dijo “si deseaba quedarse en su compañía en el monasterio; a lo que inmediatamente respondí que con gusto me quedaría para abrazar la vida religiosa, movida mi alma por tu divina voluntad”. Las dos hermanas, Julia y Ursula, se ponen de acuerdo para conseguir el permiso de su madre y poder quedarse allí. “Tanto la insistimos - escribe - que aceptó, quedando de acuerdo en que, si nuestro padre no estaba contento con esa nuestra decisión, ella iría de nuevo a buscarnos”. Como en otras ocasiones don José, su padre, confiará en sus hijas y respetará su opción. En este monasterio Julia vestirá el hábito carmelitano y recibe el nombre de sor Cándida del Cielo.
Ella misma narra en su Autobiografía cómo en este tiempo de noviciado recibe muchas gracias del Señor. Estas intuiciones las recoge en 7 reglas que ella misma escribe.
Siendo todavía novicia, la superiora quiere que se encargue de la portería del monasterio, con el fin de corregir ciertos excesos. Esto le ganará una gran enemistad de la vicaria. Es el comienzo de una serie de incomprensiones y humillaciones que le acompañarán toda su vida. Esta situación durará ahora sólo tres meses, ya que al poco tiempo la vicaria fallece.
El 21 de noviembre de 1719 hace su profesión religiosa como carmelita. Y en el mes de mayo de 1722 es elegida maestra de novicias. En ese mismo año, los Píos Operarios están realizando una misión en Marigliano. El P. Tomás Falcoia predica los Ejercicios Espirituales en el Carmelo. Así es como conocerá a Mª Celeste.
En el otoño del año 1723 tiene que cerrarse el convento. Marigliano era una posesión feudal y la duquesa Isabel, abusando de su autoridad, hace intolerable la vida en el monasterio. El obispo aconseja a las religiosas que abandonen el monasterio y busquen otro donde puedan realizar su ideal.
Mª Celeste acompañada de sus dos hermanas, Ursula y Juana – la hermana menor que había ingresado también en el monasterio - abandona Marigliano. Permanecerán en Portici hasta comienzos del año 1724, en que marchan a Scala. Su nueva meta es el convento de la Visitación. El P. Falcoia es el director espiritual del monasterio visitandino. Pedirá “ser contada entre el número de las novicias” y al vestir el hábito de la visitación recibirá el nombre de María Celeste.
Es en la primavera de 1725, el 25 de abril, cuando Mª Celeste, todavía novicia, recibe la inspiración del Señor de un nuevo Instituto y sus Reglas, cuya norma será el Evangelio, y el fin el seguimiento de la vida del Redentor, especialmente es su vida oculta y orante. Escribe en la Autobiografía:
“Habiendo ido a comulgar, se hizo en mi alma de nuevo aquella transformación de mi ser en el de nuestro Señor Jesucristo…Entonces me fue dado a entender un nuevo Instituto que el Señor pondría en el mundo por mi medio.”
Dos días después, Mª Celeste va a comulgar con temores y dudas sobre lo que había sucedido. Nos cuenta ella:
“Iba humildemente pidiendo ayuda al Señor. A la vista de nuestro Señor Jesucristo, al momento desaparecieron aquellas tinieblas, porque en la Hostia se dejó ver el Señor, vestido con el hábito de la Orden (…)
Esta visión fue un momento y fue espiritual, no ya con los ojos del cuerpo (…) Me dijo que debía cambiar mi vida en la de Él, para que lo hiciese renacer para el mundo en las almas de sus amados, verdadero testimonio de las obras de salvación que Él había realizado por amor de los hombres”.
El P. Falcoia no llegará a descubrir la novedad de la experiencia mística de Mª Celeste y no comprenderá su espiritualidad. Intentará imponerle su propio camino en numerosas ocasiones, sin tomar una postura definitiva. Le mandará que le cuente detalladamente todas sus experiencias. En muchos momentos le parecerá ver claro que todo viene de Dios y en otros interpretará mal sus palabras teniéndola por una monja ilusa.
Alfonso de Ligorio, en septiembre de 1730, predica los Ejercicios en el monasterio de Scala. El P. Falcoia ya ha sido nombrado obispo de Castellamare. Alfonso ha sido advertido y llega a Scala con la idea de tener que habérselas con una monja “ilusa”, según las habladurías que corren por Nápoles.
Alfonso interroga a cada hermana individualmente y a Mª Celeste entre ellas. Después de estas conversaciones llega a la conclusión opuesta: la “Obra” es de Dios y no una ilusión tal como se había juzgado. Así el retiro se convierte en una preparación para el futuro cambio de Reglas (de la Visitación se pasa a las Reglas de vida escritas por Mª Celeste). Alfonso dará a Mª Celeste el apoyo eclesiástico que necesitaba para poder iniciar una nueva Orden contemplativa (la Orden del Santísimo Salvador, más tarde llamada del Stmo. Redentor).
Desde este momento, se inicia una fuerte amistad entre Alfonso y Mª Celeste. Se conservan bastantes cartas. Los dos se consideraban entre sí como unos grandes siervos de Dios. Llama la atención como en muchos momentos se tutean, algo que no era corriente en aquella época.
Las anotaciones de Alfonso en su cuaderno “Cosas de conciencia” nos muestran la amistad íntima que les unió:
“Jesús me ama porque sigo sus huellas; y hace que me lo digan para que le sea más agradecido (…) El demonio maldice la hora en que me entregué a Dios y todo lo que he hecho por este monasterio; Jesús por el contrario lo bendice todo. (Celeste) ha visto mi nombre grabado en el corazón de Jesús; predestinado. Y que Jesús se complace en mi devoción a María. (Celeste) me conoció entre los hijos de María. Celeste. Siempre estaremos unidos en la gracia de Dios.”
En la fiesta de Pentecostés de 1731 Mª Celeste ve con alegría cómo se inicia el proyecto de vida religiosa que el Señor le había manifestado, gracias al apoyo de San Alfonso ante el obispo de Scala, Mons. Nicolás Guerriero. Un año más tarde, en 1732, en la hospedería de las monjas nacerá la rama masculina, también con la intervención decisiva de Mª Celeste. Las dos ramas del Instituto, la Orden (madres redentoristas) y la Congregación del Santísimo Salvador (los misioneros redentoristas), verán en Scala la luz primera.
En este momento, Mª Celeste contaba con el apoyo de la comunidad, y también con el de Mons. Falcoia y de San Alfonso que veían la Obra de Dios. Llegará un momento en que - como ella misma escribe en su Autobiografía – no contará con ningún apoyo humano.
Falcoia cambia de opinión con respecto a Mª Celeste, a causa de que ésta no quería poner su firma en las Reglas modificadas por él y de que se negaba a tenerle como director espiritual para siempre. Alfonso seguirá fielmente las directrices de su director (Falcoia), considerando que todo ha sido una ilusión. Se conservan dos cartas con un tono duro de San Alfonso a Mª Celeste, advirtiéndole de los peligros de ser engañada. Estas cartas fueron enviadas primero a Falcoia para que les diese el visto bueno, pues tenía prohibido a Alfonso tratarla o visitarla sin su permiso (incluso en una ocasión Falcoia le prohibió hablar con Mª Celeste). A todas estas advertencias de Alfonso ella siempre responderá con gratitud y encomendándose a sus oraciones. Son conmovedoras sus palabras:
Hay una carta muy significativa de Mª Celeste a su confesor, con fecha 20 de Abril de 1733. Entresacamos algunos de sus párrafos, dejando que las palabras hablen por sí mismas:
“Después de larga oración, tomo la pluma en el nombre del Señor para decir mis últimos sentimientos y no volver después a abrir mi boca sobre esta materia (…) Doy testimonio de mi propia conciencia. Por tanto, delante de mi Señor Jesucristo, Juez y Creador mío, renuncio y detesto cualquier ilusión mía o luz recibida, inteligencia o revelación, general y particular, sea del nuevo Instituto, sea de las Reglas, sea de los Congregados Hermanos, sea de las Hermanas de esta comunidad, para no saber más de cualquier cosa, sea buena o no lo sea. Renuncio a todos mis juicios, aun razonables, y a mi voluntad y a toda luz” (…)
“Mi declaración es sobre lo realizado acerca del nuevo Instituto, porque yo he creído ser verdaderamente las órdenes que me dio el Señor (…) Por esto me parecía obligación de conciencia resistir a las cosas que se estaban haciendo y que yo creía que podrían impedir, desvirtuar o debilitar la libre realización de la Obra del Señor (se refiere a los cambios de Falocia a las Reglas y a la desunión que causaban entre los hermanos sus continuas imposiciones). Ahora detesto y renuncio totalmente todos esos motivos que tuve y que antes dije, olvidando todos estos actos de supuesta justicia como errores míos para no volver a considerarlos.”
Mons. Falcoia pretendía hacer grandes modificaciones en la Reglas y en su aplicación, intentando que Mª Celeste las presentara como procedentes del Señor. Ella fiel a su conciencia se oponía: no a que se hicieran los cambios, sino a afirmar que así las había recibido del Señor. Falcoia al redactar de nuevo las Reglas no tuvo en cuenta “el designio del Padre” y la idea del Instituto, y añadió a las nueve Reglas (virtudes) las tres virtudes teologales disponiendo que cada mes se practicara una virtud. Para Mons. Falcoia la imitación de Cristo era sobre todo “externa”: consistía en copiar con esfuerzo personal las virtudes de Cristo. Sin embargo, en el camino espiritual que Mª Celeste propone es Cristo quien nos transforma en Él. Lo principal no es la ascesis, sino dejarse hacer.
Este mal entendimiento aumentó la tensión en las relaciones entre Mª Celeste y Mons. Falcoia. Hasta el punto de que Falcoia exige a Mª Celeste que haga voto de no tener más director espiritual que él mismo y que acepte firmar – como inspiradas por el Señor así - todas las reglas modificadas. Ella, después de orar y aconsejarse con su hermano jesuita, se niega en conciencia a aceptar estas condiciones. Por ello, será confinada al desván del monasterio, se le negará la comunión y nadie podrá acercarse a ella. Al final, será expulsada del monasterio. Ella misma escribe a su padre (anciano y enfermo) diciéndole que esas “buenas” hermanas la expulsan por su mal comportamiento, pero que no se apure que Dios proveerá. También cuenta cómo se despidió de todas sin excepción con un abrazo y encomendándose a sus oraciones.
Así Mª Celeste con inmenso dolor - pero fiel a su conciencia y a lo que ella había entendido como deseo del Señor – deja el monasterio, siendo despojada incluso del hábito redentorista.
Este período es el más doloroso de su vida. A su situación personal (Falcoia la iba difamando como monja ilusa) se añadía el descrédito de la Obra del Señor por la división entre los Hermanos. Cuenta Mª Celeste:
“El Padre don Alfonso de Liguori y el confesor de las monjas se hicieron del partido del Padre espiritual (Falcoia), estando sujetos a él por su dirección de espíritu. El P. don Vicente Mannarini y el P. don Juan Bautista di Donato, con el gentilhombre devoto (el laico Silvestre Tósquez) se hicieron de sentimiento contrario, lamentándose de tantas añadiduras (a las reglas) que hacía el Padre espiritual de las monjas (Falcoia) ”.
Esta situación, con el tiempo, provocará la separación: por un lado, surgirá la Congregación del Santísimo Redentor (fiel a las directrices y cambios de Falcoia a las Reglas de Mª Celeste) y por otro, la Congregación del Santísimo Sacramento, fundada en 1733 por el P. Vicente Mannarini (que seguía las Reglas tal y como habían sido escritas por Mª Celeste). A partir de su declaración de conciencia ella se mantendrá en todo momento al margen de estos desacuerdos y de todo el desarrollo del doble Instituto. Su único papel será la oración constante por el doble Instituto y el ofrecimiento de su sufrimiento y desconcierto interior por la difamación continua que de ella hará siempre Mons. Falcoia.
Al salir de Scala, Mª Celeste y Ursula desean proseguir su vida religiosa. En estos momentos difíciles para las dos hermanas fue decisivo el apoyo de sus hermanos, en especial del jesuita que tuvo que proveerlas de todo, ya que fueron despedidas sin ningún recurso económico.
La providencia hizo que en Pareti (Nocera de Pagani), fueran acogidas por unas hermanas dominicas y el obispo le pidió que aceptase el cargo de superiora para reformar el monasterio de la Anunciación. Ante su negativa a ejercer ningún cargo que le hiciera salir de su ocultamiento y humillación, el obispo se lo mandó. Ella no tuvo más remedio que aceptar.
Hasta Pareti llegaron también las furias de Mons. Falcoia en contra de las dos hermanas. Escribió una carta al obispo diciéndole que las echase de su diócesis, ya que eran dos monjas ociosas que andaban de convento en convento. Afortunadamente, el obispo del lugar no le hizo ningún caso.
Mª Celeste con gran prudencia y capacidad de diálogo comenzó su labor como superiora llamando a cada una de las hermanas del monasterio y hablando con ellas personalmente. Incluso llegó a darles ella misma los Ejercicios Espirituales, algo insólito en aquella época. El resultado obtenido fue muy positivo y la comunidad volvió a vivir en paz y fidelidad.
Es ya noviembre de 1735. Ha llegado el momento de volver a levantar la tienda. Mª Celeste no desiste en su empeño de ver hecho realidad su sueño de formar una comunidad viva memoria de Jesús, tal como ella había recibido la inspiración del Señor.
Mª Celeste no se deja deslumbrar por las numerosas peticiones que se le hacen para ser reformadora de conventos. Ella no está segura de que esa sea la voluntad de Dios. Antes de dar ningún paso ora insistentemente al Señor, discierne y consulta.
Una nueva dificultad, es el interrogatorio a que fueron sometidas Mª Celeste y sus dos hermanas (en julio de 1737) ante un tribunal de la Inquisición. Los historiadores atribuyen este episodio al resentimiento de Mons. Falcoia contra las tres hermanas.
Tras un intento de fundación en Roccapiemonte, en marzo de 1738 encontramos a Mª Celeste viajando de nuevo. La meta es Foggia (localidad del interior del Reino de Nápoles). Aquí pasará la última etapa de su vida (1738-1755) y después de superar nuevas contrariedades, logrará ver hecha realidad una comunidad que viva según el proyecto religioso que Dios le había inspirado.
En estos años fecundos completa sus obras y escribe su autobiografía. En sus escritos se percibe ahora su evolución y maduración espiritual.
Mª Celeste desde su monasterio de Foggia siguió teniendo buenas relaciones con todos sus amigos de los días de Scala. Alfonso tuvo ocasión de hablar largamente con ella con motivo de la misión que él predicó en Foggia en diciembre de 1745. Ella cuenta en su Autobiografía que Alfonso le informó de cómo habían seguido las cosas en Scala. A Foggia le envió Alfonso algunas de sus poesías y canciones que componía para el pueblo. No se conservan cartas de esta época como testimonio directo de que la antigua amistad nunca había decaído.
Es muy llamativa la gran relación y estima que tuvo hacia los laicos: resulta sorprendente que en el siglo XVIII una mujer – y además, monja de clausura – diera acompañamiento espiritual a laicos. Ella misma cuenta: “muchas personas y damas de la localidad venían a aconsejarse en las cosas de su alma”. También cuenta el caso de la conversión de un joven de “vida escandalosa” a raíz de sus conversaciones con ella.
Para Mª Celeste la meta no es llegar a ser santa mediante la huida del mundo y el cumplimiento de los votos religiosos (como se pensaba en aquel tiempo). Sino todo lo contrario: el fin es hacer presente en el mundo el amor que el Padre nos tiene en Cristo y llegar a vivir el evangelio con radicalidad. Esto lo pueden vivir también los laicos, cualquier persona si se dispone a recibir lo que Dios quiere obrar en ella. Mª Celeste destaca siempre como punto de partida el Bautismo, es el comienzo de la vida nueva en Cristo. La espiritualidad crostarosiana es para todos.
La vida de la “santa priora”, como se la llama en Foggia, llega a su fin. La paz de este tiempo es el anticipo de aquella otra, grande y gozosa que comenzará para ella el día 14 de septiembre de 1755, fiesta de la Exaltación de la Cruz.
Mª Celeste muere inesperadamente, en una jornada que parecía ser normal. Al sentirse muy mal, se llamó al confesor y ella pide que se lea la Pasión según San Juan. Al recitar las palabras “todo está cumplido” expiró. Le faltaba mes y medio para cumplir 59 años de edad. Murió a las tres de la tarde: incluso en esto se identificó con su Redentor.
La fama de santidad que María Celeste había adquirido ante el pueblo de Foggia se vio aumentada con motivo de su muerte. La gente acudió masivamente al funeral. Sucedió que una señora, ciega de nacimiento, pidió la gracia de poder verla al menos un instante, y recibió la vista para siempre.
En 1879 se dio comienzo al proceso de beatificación, que fue introducido por el Papa León XIII el 11 de agosto de 1901, y llego a su fin más de un siglo después, el 18 de junio de 2016, con la beatificación.
Sintetizado a partir de la vida de la beata tal como se declara en el sitio de las Madres Redentoristas de Quilmes, Buenos Aires, Argentina.