La muy encumbrada, poderosa, acaudalada e ilustre dama, Luisa de Saboya, señalada por Dios para convertirse en una humilde monja de las Clarisas Pobres, nació en el año de 1462, en cuna de oro, como se dice. Fue hija de Amadeo IX, duque de Saboya, y también beatificado; por parte de su madre, Yolanda, fue nieta del rey Carlos VII de Francia, sobrina del rey Luis XI y prima de santa Juana de Valois. El duque murió antes de que su hija cumpiese los nueve años, y la pequeña Luisa fue admirablemente educada por su madre. Desde muy temprana edad dio muestras de poseer cualidades espirituales extraordinarias. Catalina de Saulx, una de las damas de honor de Luisa, escribió sobre ella estas palabras: «Era tan dulce y generosa, bien dispuesta y amable, que despertaba el afecto de todos, que se dejaban llevar por su atractivo y conquistar por su encanto».
A la edad de dieciocho años, se casó con Hugo de Chálons, señor de Nozeroy, un hombre tan bueno como rico y poderoso, quien, de completo acuerdo con su mujer, impuso en su hogar una vida perfectamente cristiana. Tanto por ejemplo como por precepto, marido y mujer crearon un alto nivel de vida moral y material para todos los que moraban en sus tierras y dependían de ellos de alguna manera. En contraste con los palacios y residencias de los otros nobles acaudalados, la suntuosa casa de los de Chálons parecía un monasterio. Con especial empeño se combatía la costumbre de jurar o usar palabras groseras; la señora Luisa fue, sin duda, la primera ama de casa que tuvo una alcancía para los pobres, en la que todos los que vivían o visitaban su casa, tenían obligación de echar dinero, si se les iba la lengua y decían malas palabras. Luisa prodigó ampliamente su caridad hacia los enfermos y necesitados, hacia las viudas y los huérfanos y, especialmente hacia los leprosos.
Al cabo de nueve años de felicidad matrimonial, murió el esposo y como no hubo hijos, Luisa empezó a prepararse para su retiro de este mundo. Necesitó dos años para poner en orden sus asuntos y, durante este lapso, usó el hábito de los terciarios franciscanos, aprendió a decir los divinos oficios y se levantaba a la medianoche para rezar los maitines, Cada viernes se disciplinaba; distribuyó su fortuna, contradijo y desoyó las objeciones de sus parientes y amigos. Después, en compañía de sus dos damas de honor, Catalina de Saulx y Carlota de Saint-Maurice, fue admitida en el convento de las Clarisas Pobres de la ciudad de Orbe, cuyo monasterio había sido fundado por la madre de Hugo de Chálons y, en 1427, estaba ocupado por una comunidad de Santa Coleta. Luisa, que había sido un modelo de doncella, de esposa y de viuda, fue siempre una religiosa ejemplar. No obstante su elevada cuna, su humildad era sincera y natural: lavaba los platos, barría, ayudaba en la cocina, limpiaba los corredores y todo lo hacía bien y con gusto; con la misma sencillez y naturalidad, aceptó y desempeñó el puesto, cuando la eligieron abadesa. En este cargo, mostró especial solicitud en servir a los frailes de su orden, y cualquiera de ellos que llegase a hospedarse en el convento, era atendido a cuerpo de rey; la presencia de los padres y de los hermanos era como una bendición de Dios y nada podía faltar a los hijos del «buen padre san Francisco». A la edad de cuarenta y dos años, murió Luisa de Saboya y, en 1839, se aprobó el antiguo culto de esta sierva de Dios.
Catalina de Saulx escribió una biografía de Luisa de Saboya, a la que conoció bien por haber sido su dama de honor y haberla seguido al convento de Orbe. Este texto con anotaciones fue editado por A. M. Jeanneret (1860). Ver también a F. Jeunet y J. H. Thorin, Vie de la b. Louise de Savoie (1884) y cf. Revue des questions historiques, vol. XXI pp. 335-336. En Auréole Séraphique de Léon se menciona a la beata Luisa en el vol. VI, pp. 267-271. Hay un estudio de E. Fedelini, titulado Les bienheureux de la maison de Savoie (1925) en el que la beata Luisa tiene su lugar.