Hanna Helena Chrzanowska nació en Varsovia el 7 de octubre de 1902, hija de una familia reconocida por su filantropía. Creció sabiendo que la abuela había fundado un centro de salud para niños necesitados y su tía Zofia, enfermera, gestado y financiado un hospital pediátrico. Pero no fue el nacer en esta familia adinerada o tenido un familiar ganador del Premio Nobel, ni tampoco la fe protestante de su madre en contraste a la católica del padre, lo que pesó en el alma de Hanna al decidir que daría su vida por servir a Cristo -laica consagrada- en los enfermos y los perseguidos.
Hubo una experiencia de fragilidad que abrió su conciencia al desafiante sentido espiritual, reparador, del dolor… Ocurrió cuando, muy pequeña y afectada de rubéola, fue ingresa al mismo hospital fundado por su tía. Experimentar la delicadeza de las enfermeras y el cuidado paliativo de quienes se anticipaban a sus necesidades tocó su alma; “más tarde, durante otra estancia en el mismo hospital, soportando el dolor, comprendió que ésta era la herramienta para comprender mejor a los pacientes y bendijo el sufrimiento que la ponía en comunión con ellos”, refiere el portal de la Iglesia Vatican News, destacando el camino de santidad recorrido por la beata.
En su homilía en la ceremonia de beatificación, el cardenal Amato también dejó de manifiesto cómo nutría Hanna su fe, en la intimidad espiritual con Dios:
"A los 30 años su vida dio un giro decisivo hacia arriba, hacia la santidad, cultivada con la oración, con la comunión y la adoración eucarística, con los ejercicios espirituales, con el rezo del Santo Rosario", señaló el cardenal.
Al igual que Karol Wojtyla, el futuro santo Papa Juan Pablo II, su compañero de batallas en nombre de Cristo, Hanna enfrentó los miedos que sembraba el régimen comunista y no ocultó su fe. La colaboración con Karol Wojtyla comenzó en 1957, y todavía se conservan algunas cartas que ambos se enviaban. A partir de los años 50, Hanna Chrzanowska –animada por Monseñor Wojtyla- comenzó a organizar jornadas de reflexión y peregrinaciones para enfermeras, que gozaban de gran popularidad, y publicó manuales sobre temas espirituales como el "Espejo de Conciencia para Enfermeras" y la atención sanitaria abierta.
Tenía 56 años cuando decidió jubilarse para desarrollar el concepto de "cuidado parroquial". Convenció a los párrocos para que proporcionaran cuidados paliativos más intensivos a los enfermos en su área parroquial y pidió ayuda a las enfermeras. Por lo tanto, la gente no sólo podía confiar en la ayuda espiritual y material de la iglesia, sino también en la ayuda sanitaria, porque durante las visitas a domicilio de un clérigo le acompañaba una red de cuidadores de enfermos. El sistema de cuidado parroquial de Hanna se basaba en las enfermeras profesionales, sacerdotes, religiosos, estudiantes, la familia e incluso los vecinos de un enfermo crónico o anciano necesitado.
Para monseñor Wojtyla, esta mujer altamente cualificada, era una especie de encarnación viva del mensaje del Concilio Vaticano II. Realidad que confirmaría décadas más tarde el Papa Francisco…
El 7 de julio de 2017 firmó el decreto que reconoce un milagro obtenido gracias a la intercesión de Hanna. Ocurrió en 2001, cuando a sus 66 años de edad la enfermera Zofia Szlendak fue ingresada de urgencias por un derrame cerebral e infarto al miocardo. Con parálisis en sus cuatro extremidades y compromiso orgánico entró en coma, mantenida con vida en la unidad de cuidados intensivos.
Los médicos habían ya comunicado a los familiares que Zofia no podría sobrevivir. Una amiga acudió entonces a la eucaristía mensual que celebraban en Cracovia y donde los fieles podían presentar sus necesidades pidiendo la mediación de la Sierva de Dios Hanna Chrzanowska. Confiados entonces a esa mediadora, varias personas se comprometieron a rezar una novena pidiendo a Dios su intervención extraordinaria. Pronto Zofia salió del coma, recuperó la movilidad y sanó por completo, declarando luego los médicos que nada de esto ocurrió por intervención de ellos o de la ciencia.