Victorino, Víctor, Nicéforo, Claudio, Diodoro, Serapión y Papías eran ciudadanos de Corinto. El año 249, al principio del reinado de Decio, confesaron allí mismo la fe ante el precónsul Tercio. Después de ser torturados, pasaron a Egipto, aunque no sabemos si la sentencia comprendía ese destierro, y completaron su martirio en Dióspolis, capital de la Tebaida, bajo el gobernador Sabino, en el reinado de Numeriano.
Sabino tuvo ocasión de probar la constancia de los mártires en el potro y la flagelación. Victorino fue condenado a perecer despedazado en un mortero de mármol. Los verdugos comenzaron por destrozarle los pies y las piernas, diciéndole a cada golpe: «¡Sálvate! Todavía puedes escapar de la muerte si renuncias a tu nuevo Dios». Pero el gobernador, viendo la constancia de Victorino, perdió la paciencia y ordenó que le descuartizaran. Víctor, a quien se amenazó con el mismo martirio, ardía en deseos de que la sentencia se ejecutase inmediatamente; señalando el mortero de piedra dijo a los verdugos: «La salvación y la felicidad me esperan allí». Los verdugos le destrozaron al punto. El tercero de los mártires, Nicéforo, saltó por su propio pie al mismo pozo de destrucción; el juez, a quien molestó tal audacia, ordenó a los verdugos que le acabaran a golpes. Claudio, el cuarto de los mártires, fue descuartizado. Murió cuando los verdugos le habían cortado ya los pies, las manos, los brazos y las piernas.
El gobernador, señalando los miembros y los huesos del mártir que yacían por tierra, dijo a los otros tres confesores de la fe: «En vuestras manos está vuestra suerte; yo no os obligo a sufrir». Los mártires respondieron unánimemente: «Antes que renunciar a nuestra fe, estamos dispuestos a sufrir los más crueles tormentos que puedas imaginar. Jamás traicionaremos la fidelidad que debemos a Dios, ni renegaremos de Jesucristo nuestro Salvador, que es nuestro Dios y Creador, por el que nuestras almas suspiran». Entonces el tirano condenó a Diodoro a ser quemado vivo y ordenó a los verdugos que colgasen a Serapión por los pies y le decapitasen. Papías fue arrojado al mar con una piedra al cuello. La ejecución de los mártires tuvo lugar el 25 de febrero, día en que les conmemoraban los martirologios occidentales. Los griegos veneran su memoria el 21 de enero, fecha en que confesaron la fe en Corinto. El nuevo Martirologio Romano movió la celebración al 31 de enero.
Esteban E. Assemani publicó por primera vez, en el siglo XVIII, el texto sirio de las actas de estos mártires, con una traducción latina. En nuestros días, Pablo Bedjan editó nuevamente el texto sirio, valiéndose de manuscritos recientemente descubiertos. En 1852, Lagrange tradujo las actas al francés. Las actas son probablemente verídicas en lo esencial, aunque hay cierta confusión en los detalles.