Urbano entregó a las llamas a un hombre que ya era ilustre por muchas otras confesiones de la fe. Su nombre era Domnino, bien conocido por todos en Palestina por su valentía enorme. Después de esto el mismo juez, que era un cruel planificador del sufrimiento, y un inventor de dispositivos contra la doctrina de Cristo, planeó penas contra la piedad de las que nunca se había oído hablar: condenó a tres para combate pugilístico singular, y entregó para que fuera devorado por las fieras a Ausencio, un anciano santo y honesto. A otros hombres ya adultos los hizo eunucos, y los condenó a las minas, y a otros, después de severas torturas, los echó en la cárcel.
El martirologio Romano, sin que quede del todo clara la razón, distingue en dos elogios un conjunto de martirios que están unidos por la misma narración, ya que provienen los cinco, Domnino, Teótimo, Filoteo y Timoteo (estos tres son nombres tradicionales) y Ausencio (o Auxencio), de un pasaje del capítulo 7, párr. 4 de la obra «Los mártires de Palestina», de Eusebio de Cesarea, el gran historiador eclesiástico. La obra como tal se ha perdido, pero se conservan recensiones, de partes que aparecen como apéndices del libro VIII de su Historia Eclesiástica.
Es verdad que lo que cuenta es realmente poco, ya que lo citado en cursiva es todo lo que podemos decir de ellos; sin embargo, tiene el gran valor de que su testigo es el propio Eusebio, contemporáneo y coterráneo de los hechos. El pasaje citado sirve, por así decirlo, de prólogo para presentar la muerte de su ilustre amigo y maestro, Pánfilo de Cesarea, «quien a causa de todas las virtudes fue el más ilustre de los mártires de nuestro tiempo», comenta su discípulo. Urbano es para Eusebio, por lo que hizo a los cristianos y especialmente a su maestro, el epítome de toda maldad.
Pasaje de Eusebio traducido del inglés en la edición en línea de New Advent. Lamentablemente, la excelente edición bilingüe de BAC de la Historia Eclesiástica no incluye este opúsculo-apéndice.