Cuando el emperador Diocleciano residía en Nicomedia, Asia Menor, se le informó que había cristianos entre los de su servidumbre y, acto seguido, ordenó que se trajeran imágenes de los dioses para que todos los criados ofrecieran sacrificios. Los cristianos se negaron con audacia y absoluta firmeza. El primero en quien Dioclecano descargó su cólera, fue Pedro, su mayordomo.
Leemos en Eusebio y en otros autores detalles sobre las terribles torturas que debió soportar. Desnudo, fue colgado por las muñecas y se le azotó, hasta dejar los huesos al descubierto; después le aplicaron vinagre mezclado con sal en las heridas. Al ver tanta crueldad, Doroteo, que estaba al servicio en la cámara imperial y Gorgonio, otro siervo de alta jerarquía exclamaron: «Señor, ¿por qué castigas a Pedro? Sus sentimientos los compartimos nosotros. Su fe, sus opiniones y su religión son nuestras también. Hasta ahora te hemos servido; pero en adelante serviremos sólo a Dios, como creación suya que somos».
Doroteo, Gorgonio y otro servidor cristiano fueron torturados y después ejecutados. Pedro, cuyo espíritu permanecía inquebrantable, fue descolgado, pisoteado y finalmente asado a fuego lento, en un agujero, cortándole pedazos de carne de vez en cuando. En medio de su agonía, no lanzó un grito de dolor, antes bien exclamó con regocijo: «Los dioses de los paganos son sólo demonios: es el Señor quien creó el cielo» [Salmo 96,5].
Prácticamente no sabemos nada de estos mártires excepto lo que se encuentra en la Historia Ecleciástica de Eusebio, libro VIII, c. 6. Pero debe hacerse notar que el Calendario Siríaco o Breviarium de fines del siglo IV, menciona en este día los nombres de mártires que sufrieron en Nicomedia y entre estos hallamos los de Pedro y Doroteo, a quienes Eusebio les da mayor importancia. Es probable que Mígdono y los otros 6 mencionados en el grupo de Nicomedia anteriro a este, pertenezcan al mismo contexto.