Durante la persecución de Decio vivía en Lampsaco del Helesponto un joven cristiano de carácter altivo y noble presencia, llamado Pedro. El procónsul Olimpio, ante el cual compareció, le mandó que ofreciese sacrificios a Venus. Pedro se negó y atacó hábilmente el culto a la licenciosa divinidad. En las «Actas» de su martirio se citan sus propias palabras. San Pedro fue decapitado, tras de haber sido torturado en la rueda. Poco después, el mismo procónsul juzgó a otros tres cristianos: Nicómaco, Andrés y Pablo. Durante la tortura, Nicómaco abjuró de la fe. Entonces Dionisia, una joven de dieciséis años que se hallaba presente, lanzó un grito de horror. Fue arrestada, se la interrogó y confesó que era cristiana. Como se negase a sacrificar a los dioses, fue condenada a morir al día siguiente, con Andrés y Pablo; también se le anunció que iba a pasar la noche con dos jóvenes licenciosos, a quienes se autorizó para hacer de ella lo que quisiesen. Pero la misericordia de Dios preservó a Dionisia de sus ataques. A la mañana siguiente, Andrés y Pablo fueron lapidados en las afueras de la ciudad por la turba. Dionisia, que deseaba morir con ellos, los siguió hasta el sitio del martirio; pero el procónsul la obligó a volver y la mandó decapitar dentro de la ciudad.
Las actas de esos mártires (Acta Sanctorum, mayo, vol. III) son bastante sospechosas; sin embargo, el Hieronymianum los menciona. Véase el comentario de Delehaye, p. 256. Apenas se puede dudar que el martirio de uno de ellos, por lo menos, haya tenido lugar en Lampsaco.