Durante el primer año, en el curso de la octava persecución general contra los cristianos, en 257, bajo el reinado de Valeriano, san Cipriano, obispo de Cartago, fue desterrado a Curubis por el procónsul romano en Africa. Al mismo tiempo, el gobernador de Numidia procedió con severidad Durante el primer año, en el curso de la octava persecución general contra los cristianos, en 257, bajo el reinado de Valeriano, san Cipriano, obispo de Cartago, fue desterrado a Curubis por el procónsul romano en Africa. Al mismo tiempo, el gobernador de Numidia procedió con severidad primero y luego con crueldad, contra los cristianos; a muchos los sometió a la tortura y después a una muerte espantosa, a otros los mandó a trabajar en las minas de sal y de azufre, lo que equivalía a lo mismo, pero con mayor lentitud. De entre aquel ejército de santos, el gobernador hacía comparecer periódicamente ante él a uno u otro para someterlo de nuevo a los tormentos y matarlo con indescriptible brutalidad, mientras el resto continuaba en el martirio del hambre, la desnudez, la suciedad, el agotamiento por las penurias y el duro trabajo, las diarias golpizas, los azotes, los palos y los insultos.
Desde su destierro, san Cipriano escribía a aquellos cristianos que sufrían por su fe, para consolarlos y alentarlos. Aquéllos a quienes iban dirigidas las nobles misivas, expresaron su agradecimiento a san Cipriano por intermedio de su jefe, el obispo Nemesiano. Le decían que sus epístolas les aliviaban el dolor de los golpes y endulzaban las amarguras de sus sufrimientos, les inmunizaban contra la hediondez, la suciedad y la prisión. Le aseguraban que él mismo, por haber confesado gloriosamente la fe en el tribunal del procónsul y por haber sufrido antes que ellos en el destierro, había animado a todos los soldados de Dios para servirlo. Para terminar, le pedían sus oraciones y le decían: «Ayúdemonos unos a otros con nuestras plegarias a fin de que Dios y su Hijo Jesucristo y todo el coro de los ángeles nos den su ayuda cuando mayor necesidad tengamos de ella». Ese glorioso conjunto de mártires es el que conmemora en el día de hoy el Martirologio Romano; hubo varios obispos, pero también sufrieron, como lo dice san Cipriano, sacerdotes, diáconos y clérigos menores, así como laicos de todas las edades y condiciones. Algunos fueron ejecutados deliberadamente, unos pocos sobrevivieron y la enorme mayoría murió en las minas por los malos tratos, las penurias, el hambre, la sed, la fatiga y las enfermedades causadas por el cautiverio.
El Butler-Guinea señala que la fecha en la que están inscriptos es objeto de debate, y se nclina por considerarla una fecha incorrecta, que provino de una confusión con un grupo de mártires de Alejandría de nombres semejantes; sin embargo la revisión del Martirologio Romano ha preferido mantener la misma. El texto de san Cipriano, con comentarios, se reproduce en el Acta Sanctorum, sept., vol. III.