Diez y seis kilómetros al sudeste de Jerusalén, en el desierto que va hacia el Mar Muerto, se halla el famoso monasterio llamado de San Sabas por su ilustre fundador. Es una laura o colonia de monjes que sirven a Dios en la oración y la vida mortificada, siguiendo unas normas de convivencia que obedecen por amor de Dios y bajo la guía de un superior. En este monasterio, el 16 de mayo de 614, tuvo lugar la masacre de cuarenta y cuatro monjes por unos sarracenos que asaltaron el lugar. Al conocer la inminente llegada de los sarracenos, algunos monjes huyeron, pero estos cuarenta y cuatro se quedaron y de esta forma recibieron el martirio por su sola condición de monjes.
Se cebó en ellos la ira de los asaltantes de forma que sus cuerpos fueron descuartizados. Uno de los monjes que sobrevivió al ataque, llamado Antíoco, narró el martirio en una exhortación que dirigió a quienes aún no habían regresado a la laura y seguían viviendo dispersos y errantes. El monasterio, cuna de santos -pues de él saldrían otros, como San Juan Damasceno-, ha conservado la memoria de sus mártires y la sigue venerando, pues afortunadamente el claustro aún existe en Palestina.
No debe confundirse este hecho con una incursión ocurrida un siglo más tarde y que dio lugar al martirio de otros veinte monjes, que se celebran el 20 de marzo.