En el primer año de la persecución de Diocleciano, al acercarse la fecha de la celebración de los juegos conmemorativos del vigésimo aniversario de su acceso al trono, el gobernador de Palestina consiguió que el emperador perdonase a todos los criminales, excepto a los cristianos. Precisamente entonces, fue arrestado en Gadara el diácono Zaqueo. Los guardias le azotaron brutalmente, le desgarraron con garfios de hierro y le encerraron en la prisión con las piernas casi descoyuntadas en el potro. A pesar de esa postura tan dolorosa, Zaqueo alababa a Dios gozosamente noche y día.
Pronto fue a reunirse Alfeo con él en la prisión. Era éste un lector de la iglesia de Cesarea, originario de Eleuterópolis y de familia distinguida. Durante la persecución, había arriesgado la vida por exhortar a los cristianos a permanecer firmes. Finalmente fue arrestado. El prefecto, que no fue capaz de rebatir sus réplicas durante el interrogatorio, le envió a la prisión. La segunda vez que Alfeo compareció ante su juez, éste le mandó azotar y desgarrar con garfios de acero. Después, le envió a la mazmorra en que se hallaba Zaqueo, con la orden de que también a él se le descoyuntase en el potro. Los mártires fueron condenados a muerte la tercera vez que comparecieron ante el juez. Fueron decapitados el 17 de noviembre del 303.
Lo único que sabemos acerca de estos santos es lo que Eusebio cuenta en Mártires de Palestina, lib. I, c. 5. Véase Delehaye, Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, pp. 604-605.