Esta santa, religiosa cartuja, llamada Roselina de Villeneuve, pertenecía a una ilustre familia. Su padre era barón de Arcs, y su madre descendía de la familia de Sabrán. Roselina tuvo que vencer la tenaz oposición de sus padres para poder consagrarse a Dios. Había sido educada por las religiosas de Santa Clara, pero encontró su propia vocación en la regla de los cartujos. Parece haber entrado a los veinticinco años en el convento de Bertrand. Doce años más tarde, fue nombrada superiora de Celle Roubaud, en la Provenza, donde murió el 17 de enero de 1329. Algunas veces pasó hasta una semana sin probar alimento. Se castigaba con rudísimas disciplinas, y jamás dormía más de tres o cuatro horas.
Acostumbraba repetir a sus religiosas las terribles palabras del Señor: «No os conozco» ... para que un día fuesen recibidas en el cielo con las palabras: «Venid, benditas de mi Padre». Cuando se preguntaba a Roselina cuál era el medio más seguro para ganar el cielo, replicaba: «El conocimiento de sí mismo». La santa tenía frecuentes visiones y éxtasis, y poseía un don extraordinario para leer en los corazones. Su cuerpo resplandecía con extraordinaria belleza después de su muerte y no presentaba señal alguna de corrupción. Cinco años después, se encontraba todavía en perfecto estado de conservación, y el clérigo que presidió la exhumación, al ver el brillo de los ojos, ordenó que los depositasen en un relicario separado. Cien años más tarde, el cuerpo de la beata seguía incorrupto, y, en 1644, los ojos no habían perdido nada de su brillo. El culto de Roselina fue confirmado en 1851.
Ver Acta Sanctorum, 11 de junio; Le Couteulx, Annales Ordinis Cartusiensis, vol. V, pp. 262-268; Villenueve-Flayose, Histoire de Ste. Roseline de Villenueve (1866).
Nota de ETF: Como en otros casos de confirmación de culto, la tradición es vacilante en cuanto llamarla con el título de «santa» o de «beata», y se la podrá encontrar de las dos maneras; en todo caso, lo seguro es que el Martirologio Romano la proclama santa pero para el culto local (en este caso, de los cartujos), lo que equivale a beata.