Asia, Europa y África habían sido ya profusamente bañadas por la sangre de los mártires e iluminadas con el ejemplo resplandeciente de los santos, en tanto que el inmenso continente americano permanecía estéril. Finalmente, la luz de la fe cristiana empezó a brillar para el Nuevo Mundo en el siglo XVI. Rosa de Lima, la primera santa americana canonizada, brotó, en verdad, como una rosa entre las espinas. Nació en la capital del Perú en 1586, de ascendencia española. Sus padres, Gaspar de Flores y María de Oliva, eran gentes modestas. Aunque la niña fue bautizada con el nombre de Isabel, se la llamaba comunmente Rosa y ése fue el único nombre que le impuso en la Confirmación el arzobispo de Lima, santo Toribio. Rosa tomó a santa Catalina de Siena por modelo, a pesar de la oposición y las burlas de sus padres y amigos. En cierta ocasión, su madre le coronó con una guirnalda de flores para lucirla ante algunas visitas y Rosa se clavó una de las horquillas de la guirnalda en la cabeza, con la intención de hacer penitencia por aquella vanidad, de suerte que tuvo después bastante dificultad en quitársela. Como las gentes alababan frecuentemente su belleza, Rosa solía restregarse la piel con pimienta para desfigurarse y no ser ocasión de tentaciones para nadie. Una dama le hizo un día ciertos cumplimientos acerca de la suavidad de la piel de sus manos y de la finura de sus dedos; inmediatamente la santa se talló las manos con barro, a consecuencia de lo cual no pudo vestirse por sí misma en un mes. Estas y otras austeridades aún más sorprendentes la prepararon a la lucha contra los peligros exteriores y contra sus propios sentidos. Pero Rosa sabía muy bien que todo ello sería inútil si no desterraba de su corazón todo amor propio, cuya fuente es el orgullo, pues esa pasión es capaz de esconderse aun en la oración y el ayuno. Así pues, se dedicó a atacar el amor propio mediante la humildad, la obediencia y la abnegación de la voluntad propia. Aunque no tenía reparo en oponerse a sus padres cuando pensaba que estaban equivocados, jamás los desobedeció voluntariamente, ni se apartó de la más escrupulosa obediencia y paciencia en las dificultades y contradicciones. Y hay que notar que la santa doncella tuvo que sufrir enormemente por parte de quienes no la comprendían.
El padre de Rosa fracasó en la explotación de una mina, y la familia se vio en circunstancias económicas difíciles. Rosa trabajaba el día entero en el huerto, cosía una parte de la noche y en esa forma ayudaba al sostenimiento de la familia. La santa estaba contenta con su suerte y jamás hubiese intentado cambiarla, si sus padres no hubiesen querido inducirla a casarse. Rosa luchó contra ellos diez años, e hizo voto de virginidad para confirmar su resolución de vivir consagrada al Señor. Al cabo de esos diez años, ingresó en la tercera orden de Santo Domingo y, a partir de entonces, se recluyó prácticamente en una cabaña que había construido en el huerto. Llevaba sobre la cabeza una estrecha cinta de plata, cuyo interior estaba erizado de picos, de suerte que era una especie de corona de espinas. Su amor de Dios era tan ardiente que, cuando hablaba de Él, cambiaba el tono de su voz y su rostro se encendía como un reflejo del sentimiento que embargaba su alma. Ese fenómeno se manifestaba, sobre todo, cuando la santa se hallaba en presencia del Santísimo Sacramento o cuando en la comunión unía su corazón a la Fuente del Amor.
Dios concedió a su sierva gracias extraordinarias, pero también permitió que sufriese durante quince años la persecución de sus amigos y conocidos, en tanto que su alma se veía sumida en la más profunda desolación espiritual. Por otra parte, el demonio la molestaba con violentas tentaciones. El único consejo que supieron darle aquellos a quienes consultó, fue que comiese y durmiese más. Más tarde, una comisión de sacerdotes y médicos examinó a la santa y dictaminó que sus experiencias eran realmente sobrenaturales. Sin embargo, hay razones para pensar que algunas de ellas se debían a causas físicas y psicológicas. Rosa pasó los tres últimos años de su vida en la casa de Don Gonzalo de Massa, un empleado del gobierno, cuya esposa le profesaba particular cariño. Durante la penosa y larga enfermedad que precedió a su muerte, la única oración de la joven era: «Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor». Dios la llamó a Sí el 24 de agosto de 1617, a los treinta y un años de edad. El capítulo, el senado y otras honorables corporaciones de la ciudad se turnaron para transportar su cuerpo al sepulcro. El Papa Clemente X la canonizó en 1671. La celebración litúrgica se realiza aun hoy el 30 de agosto en Perú, y es la fecha más tradicional, aunque en el calendario universal se ha trasladado al 23 del mismo mes.
El modo de vida y las prácticas ascéticas de santa Rosa de Lima sólo convienen a almas llamadas a una vocación muy particular. Los cristianos ordinarios no deben intentar imitarlas. Lo verdaderamente importante era el espíritu de santidad heroica que había en Rosa; porque todos los santos, ya sea en el mundo, en el desierto o en el claustro, poseen el rasgo común de haber tratado de vivir para Dios en cada instante. Quien tiene la intención pura de cumplir en todo la voluntad de Dios podrá servirle con plenitud lo mismo comiendo que descansando, lo mismo conversando que haciendo cualquier otra cosa.
Los bolandistas, en Acta Sanctorum, agosto, vol. V, citan una o dos de las primeras biografías de santa Rosa, particularmente la española de Juan de Vargas Machuca y la italiana de D. M. Marchese, y reproducen por entero la biografía latina escrita por el P. Leonardo Hansen, O.P. Esta última obra constituye la base de todas las biografías posteriores. En Acta Sanctorum se hallará también la amplia bula de canonización de Clemente X, que refiere por menudo la vida y milagros de la santa.
Cuadro: Rosa de Lima, por Murillo (1617 - 1682), en el museo Lázaro Galdiano, Madrid.