Los padres de Rita eran humildes labradores de Roccaporena, en los Apeninos centrales; pero su hija, que nació en 1381, estaba destinadada a ser excelsa y ejemplar como hija, como esposa y como religiosa. Su gran santidad y su poderosa intercesión iban a merecerle, un día, el título de «la santa de los imposibles y la abogada de los casos desesperados».
Cuando Rita nació, sus padres eran ya bastante viejos. La niña dio, desde los primeros años, muestras de extraordinaria piedad y amor de la oración. Pronto concibió el deseo de consagrarse al servicio de Dios en el convento de las Agustinas de Casia. Pero sus padres determinaron casarla, y la joven se sometió humildemente, con la idea de que la obediencia era el mejor medio de agradar a Dios. Desgraciadamente, sus padres no supieron escogerle marido. El esposo resultó un hombre brutal y disoluto; por su temperamento iracundo, era el terror de los vecinos. Rita soportó durante dieciocho años, con increíble paciencia, sus insultos e infidelidades. Al ver que sus dos hijos seguían cada vez más de cerca el ejemplo de su padre, sufría profundamente, pero no podía hacer otra cosa que llorar a escondidas y orar fervorosamente por ellos. Un día, la gracia de Dios tocó el corazón de su esposo, quien le pidió perdón por todo lo que la había hecho padecer. Pocos días después, los vecinos trajeron a Rita el cadáver de su marido, cubierto de heridas. Rita nunca supo si había muerto en una riña o había perecido víctima de una venganza. Su pena se agudizó todavía más, cuando se enteró de que sus dos hijos habían jurado vengar a su padre. La santa suplicó fervorosamente a Dios que no permitiese que sus hijos se convirtieran en asesinos. Dios escuchó su oración, puesto que los dos jóvenes enfermaron y murieron antes de llevar a cabo su venganza. Rita, que los asistió tiernamente en su enfermedad, consiguió que, antes de morir, perdonasen a sus enemigos.
Al quedar sola en el mundo, Rita concibió de nuevo el deseo de hacerse religiosa. Así pues, pidió la admisión en el convento de Casia, pero se le respondió que las constituciones sólo permitían recibir doncellas. La santa insistió por tres veces y otras tantas recibió la misma respuesta de la priora. Pero, finalmente, se hizo una excepción con ella y pudo tomar el hábito, en 1413. Santa Rita practicó en el convento la misma sumisión que en su vida de hija y de esposa. Jamás cometió una sola falta contra la regla. Su superiora, para probarla, le mandó en cierta ocasión que fuese a regar una vid seca; la santa no sólo obedeció aquella vez sino que regó la planta todos los días. En los puntos en que la regla permitía cierta libertad, como en el uso de las penitencias corporales, la santa era implacable consigo misma. Manifestó particularmente su caridad en la asistencia a las religiosas enfermas. Con su ejemplo y sus palabras consiguió la conversión de muchos cristianos tibios. Todo cuanto la santa hacía y decía, se afincaba en su gran amor por Dios, que era el motivo de su existencia.
Desde niña había sido especialmente devota de la Pasión; como religiosa, fue arrebatada muchas veces en éxtasis, mientras contemplaba los misterios dolorosos de la vida del Señor. En 1441, la santa asistió a un fervoroso sermón que san Jacobo de la Marca pronunció sobre la coronación de espinas. Poco después, hallándose arrodillada en oración, Rita sintió un agudo dolor en la frente, como si una de las espinas de la corona se le hubiese clavado. La herida supuró y despedía tan mal olor, que Rita debió retirarse a un rincón apartado del convento para no molestar a las demás. Se dice que la herida desapareció temporalmente, como la santa lo había pedido a Dios, para poder acompañar a sus hermanas en la peregrinación que hicieron a Roma, en el año jubilar de 1450; pero reapareció en cuanto Rita volvió al convento, de suerte que se vio obligada a vivir prácticamente como reclusa hasta su muerte. Durante sus últimos años, la santa padeció, además, otra enfermedad, que soportó con la misma paciencia. Jamás abrevió en la penitencia y, hasta el fin de su vida, durmió sobre un jergón de paja.
Murió el 22 de mayo de 1457. Su cuerpo ha permanecido incorrupto hasta nuestros días. En las iglesias de los agustinos se bendicen las rosas de Santa Rita. Según cuenta la tradición, en su lecho de muerte la santa pidió a un visitante de Roccaporena que fuese al jardín a traerle una rosa. Como todavía no empezaba la estación de las rosas, el visitante tenía pocas esperanzas de poder complacer a la enferma; pero, con gran sorpresa, descubrió en el jardín un rosal en flor. Llevó entonces la rosa a la santa y le preguntó si quería otra cosa; «sí, -replicó Rita-, quiero dos higos». El visitante volvió al huerto y encontró dos higos en una higuera sin hojas.
La leyenda de Santa Rita, tal como se cuenta generalmente, no es del todo satisfactoria desde el punto de vista histórico. La santa murió en 1457, pero la primera biografía que se conoce fue publicada en 1600, y desconocemos las fuentes en que el autor se basó. Existen muchas biografías modernas; pero ninguna de ellas añade nada sustancial a la narración de Acta Sanctorum (mayo, vol. V), que se basa en la biografía de Cavallucci (siglo XVII). Quedan todavía muchos puntos oscuros.